Page 235 - Dune
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—Sí, se batían bien, por supuesto.
El tóptero capturado se elevó con un gran batir de alas, giró hacia el sur, tomando
altura y velocidad, y replegó sus alas.
Así que esos Fremen también saben conducir los tópteros, pensó Hawat.
En la distante duna, un Fremen agitó un cuadrado de tela verde: una… dos veces.
—¡Llegan más! —exclamó el Fremen junto a Hawat—. Estad preparados.
Esperaba que podríamos irnos sin más inconvenientes.
¡Inconvenientes!, pensó Hawat.
Vio a otros dos tópteros aparecer por el oeste, a gran altura, precipitándose hacia
la extensión de arena de donde había desaparecido repentinamente toda huella de los
Fremen. Sólo ocho manchas azules —los cuerpos de los Sardaukar con uniformes
Harkonnen— permanecían en el lugar del combate.
Otro tóptero sobrevoló la cresta por encima de Hawat, que se sobresaltó al verlo:
era un gran transporte de tropas. Se desplazaba lentamente, con las alas desplegadas,
revelando lo pesado de la carga que acarreaba… como un gigantesco pájaro que
volviera a su nido.
En la distancia, el dedo púrpura de un láser surgió de uno de los ornitópteros en
picado. Rastreó el suelo, levantando surtidores de arena.
—¡Los cobardes! —gruñó el Fremen al lado de Hawat.
El transporte de tropas sobrevoló la arena junto a los cuerpos vestidos de azul.
Sus alas batieron enérgicamente el aire, frenándolo con brusquedad.
La atención de Hawat fue atraída por un reflejo del sol en una superficie metálica,
un tóptero picando con toda la potencia de sus motores, con las alas replegadas a sus
costados, sus chorros una dorada llama contra el gris plateado del cielo. Picó como
una flecha contra el transporte de tropas, cuyo escudo estaba inactivo a causa de los
láseres que operaban a su alrededor. Lo embistió de lleno.
Un llameante trueno sacudió toda la depresión. Bloques de roca cayeron de las
paredes a su alrededor. Un géiser rojo anaranjado surgió hacia el cielo del lugar
donde estaban aterrizando el transporte y los otros tópteros… todo desapareció en
aquel horno.
Los Fremen que estaban a bordo del tóptero capturado, pensó Hawat. Se han
sacrificado deliberadamente para destruir ese transporte. ¡Gran Madre! ¿Qué son
esos Fremen?
—Un intercambio razonable —dijo el Fremen junto a Hawat—. Debía haber
trescientos hombres en ese transporte. Ahora debemos ocuparnos de su agua y hacer
planes para procurarnos otro aparato. —Salió del abrigo de entre las rocas.
Una lluvia de uniformes azules cayó sobre ellos desde lo alto de la cornisa,
flotando con la lentitud de los suspensores graduados al mínimo. Hawat tuvo tiempo
de darse cuenta de que eran Sardaukar, rostros despiadados en el frenesí de la batalla,
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