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Muad’Dib podía realmente ver el Futuro, pero hay que comprender que su poder era
limitado. Pensad en la vista. Uno tiene los ojos, pero no puede ver sin luz. Si uno está
en el fondo de un valle, no puede ver más allá de este valle. Igualmente, Muad’Dib no
podía mirar siempre en el misterioso terreno del futuro. Nos dice que cualquier oscura
decisión profética, tal vez la elección de una palabra en lugar de otra, puede cambiar
totalmente el aspecto del futuro. Nos dice: «La visión del tiempo se convierte en una
puerta muy estrecha». Y él siempre huía de la tentación de escoger un camino claro y
seguro, advirtiendo: «Este sendero conduce inevitablemente al estancamiento».
De El despertar de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN
Cuando los ornitópteros surgieron en el cielo nocturno sobre ellos, Paul aferró a
Jessica por un brazo.
—¡No te muevas! —advirtió.
Cuando pudo ver claramente el aparato que iba en cabeza a la luz de la luna, la
forma en que agitaba las alas para tomar tierra le reveló que temerarias manos
movían los controles.
—Es Idaho —susurró.
El aparato y sus compañeros se posaron en la hondonada como una bandada de
pájaros regresando al nido. Idaho saltó fuera de su tóptero y corrió hacia ellos antes
incluso de que la nube de polvo se posara de nuevo. Dos figuras vestidas con ropas
Fremen le siguieron. Paul reconoció una: el alto e inconfundible Kynes.
—¡Por aquí! —dijo Kynes, desviándose hacia la izquierda.
Detrás de Kynes, otros Fremen desplegaban lonas por encima de sus ornitópteros.
Los aparatos se convirtieron en una hilera de dunas.
Idaho se detuvo ante Paul y saludó:
—Mi señor, los Fremen tienen un refugio temporal cerca de donde nosotros…
—¿Qué está ocurriendo allá?
Paul señaló hacia el combate en la distante barrera rocosa… las llamaradas de los
chorros, los rayos púrpura de los láser entrecruzándose en el desierto.
Una extraña sonrisa rozó la redonda y plácida faz de Idaho.
—Mi Señor… les he preparado una pequeña sor…
Un resplandor blanco, cegador, inundó el desierto, tan intenso como el sol,
proyectando sus sombras sobre las rocas. En un solo movimiento, Idaho aferró el
brazo de Paul con una mano y el hombro de Jessica con la otra, empujándoles hacia
el fondo de la hondonada. Rodaron por la arena al tiempo que el trueno de la
explosión resonaba encima de sus cabezas. La onda expansiva arrancó los fragmentos
de roca de la escarpadura que habían abandonado hacía un momento.
Idaho se sentó, sacudiéndose la arena de encima.
—¡No, las atómicas familiares! —dijo Jessica—. Creía…
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