Page 255 - Dune
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mi  sobrino…  no  es  un  Piter  de  Vries,  pero  quizá  sea  más  apto  para  las  tareas
           inmediatas. Si le dejo plena libertad, estoy seguro de que lo barrerá todo a su paso.
           ¡Oh, cómo le van a odiar aquí en Arrakis!

               —Mi  querido  Rabban  —dijo  el  Barón.  Desactivó  el  escudo  de  la  puerta,  pero
           conservó  intencionalmente  su  escudo  corporal  a  plena  potencia,  sabiendo  que  el
           resplandor del globo situado junto a su lecho lo pondría en evidencia.

               —Me has llamado —dijo Rabban. Penetró en la estancia, echando una ojeada a la
           turbulencia del aire del escudo corporal, buscando con la mirada una silla a suspensor
           sin encontrarla.

               —Acércate un poco más de modo que pueda verte —dijo el Barón.
               Rabban  avanzó  otro  paso,  pensando  que  el  maldito  viejo  había  suprimido
           deliberadamente todas las sillas a fin de obligar a sus visitantes a permanecer de pie.

               —Los Atreides han muerto —dijo el Barón—. Hasta el último de ellos. Es por
           esto por lo que te he hecho venir a Arrakis. Este planeta es tuyo de nuevo.

               Rabban parpadeó.
               —Pero, creía que habías propuesto a Piter de Vries que…
               —Piter también ha muerto.
               —¿Piter?

               —Piter.
               El  Barón  reactivó  el  campo  de  la  puerta,  protegiéndola  contra  cualquier

           penetración de energía.
               —Te  has  cansado  finalmente  de  él,  ¿eh?  —preguntó  Rabban.  Su  voz  resonó
           hueca y sin vida en la estancia de nuevo aislada.
               —Te diré una cosa de una vez por todas —retumbó el Barón—. Insinúas que he

           suprimido a Piter como uno suprime una bagatela —hizo chasquear los dedos—, así,
           ¿eh? No soy tan estúpido, sobrino. Y créeme que no voy a ser tan condescendiente

           contigo  la  próxima  vez  que  sugieras  con  tus  palabras  o  con  tus  actos  que  soy  un
           estúpido.
               El  miedo  asomó  a  los  porcinos  ojos  de  Rabban.  Sabía,  dentro  de  unos  ciertos
           límites, hasta qué punto podía actuar el viejo Barón contra alguien de su familia. No

           hasta el punto de matarle, a menos que sacara de ello un provecho extraordinario o se
           tratara  de  una  clara  provocación.  Pero  los  castigos  familiares  podían  ser  muy

           dolorosos.
               —Perdóname, mi Señor Barón —dijo Rabban. Bajó los ojos, tanto para disimular
           su rabia como para mostrar su humildad.

               —No intentes engañarme, Rabban —dijo el Barón.
               Rabban permaneció con los ojos bajos, tragando saliva.
               —Te he enseñado algo —dijo el Barón—. No suprimir nunca a un hombre sin

           reflexionar, como podría hacerlo un feudo a través del proceso automático de la ley.




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