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Para mucha gente es difícil comprender la vida familiar del Harén Real, pero intentaré
dar una visión condensada de ella. Mi padre, creo, sólo tenía un auténtico amigo: el
Conde Hasimir Fenrig, el eunuco genético y uno de los más temibles guerreros del
Imperio. El Conde, un hombre pequeño, feo y vivaz, trajo un día una nueva esclava-
concubina a mi padre, y yo fui enviada por mi madre a espiar cómo se desarrollarían las
cosas. Todas nosotras espiábamos a mi padre, a fin de protegernos. Una esclava-
concubina concedida a mi padre en base a un acuerdo Bene Gesserit-Cofradía no podía
engendrar, por supuesto, un Sucesor Real, pero las intrigas se sucedían constantes y
opresivas en su similitud. Mi madre, mis hermanas y yo nos habíamos habituado a
evitar los más sutiles instrumentos de muerte. Puede parecer algo horrible de decir, pero
no estoy totalmente segura de que mi padre fuera inocente en todos aquellos atentados.
Una Familia Real es distinta de las otras familias. Así pues, allí estaba aquella nueva
esclava-concubina, con el cabello rubio como mi padre, esbelta y hermosa. Tenía
músculos de bailarina, y obviamente su adiestramiento incluía la neuroseducción. Mi
padre la contempló largamente, desnuda de pie frente a él. Finalmente dijo: «Es
demasiado hermosa. La reservaremos para un regalo». Uno no puede hacerse una idea
de la consternación que esta decisión creó en el Harén Real. La sutileza y el
autocontrol, después de todo, ¿no eran acaso una amenaza mortal para todas nosotras?
En la casa de mi padre, por la PRINCESA IRULAN
Paul estaba de pie frente a la destiltienda, en el muriente atardecer. La hendidura en la
que habían acampado estaba inmersa en las tinieblas. Miró a través de las arenas
abiertas hacia el distante macizo, preguntándose si debía despertar ya a su madre que
seguía durmiendo en la tienda.
Pliegue tras pliegue de dunas se extendían ante su refugio, diseñando sombras
negras y densas como la noche bajo el declinante sol.
Y todo era tan llano…
Su mente buscó algo en aquel paisaje. Pero no había nada, de uno a otro
horizonte, que se elevara convincentemente bajo el sobrecalentado aire… ninguna
flor, ninguna planta que se agitara por la brisa… tan sólo dunas y aquel macizo lejano
bajo un cielo de plata bruñida.
¿Y si aquello no es una de las estaciones experimentales abandonadas?, pensó.
¿Y si no hubiera Fremen allí, si aquellas plantas no fueran más que un accidente?
En la tienda, Jessica se despertó, se volvió y miró a su hijo a través de la parte
transparente. Paul le daba la espalda y algo, en su actitud, le recordó al Duque. En
algún lugar muy profundo encontró entonces la vorágine negra de su dolor, y desvió
la mirada.
Un poco después se ajustó su destiltraje, bebió un poco del agua del bolsillo de
recuperación de la tienda y salió al exterior, distendiendo el sueño de sus músculos.
—Me gusta la calma de este lugar —dijo Paul sin volverse.
Cómo se adapta la mente al entorno, pensó ella. Y recordó un axioma Bene
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