Page 34 - Dune
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                                  Habéis  leído  que  Muad’Dib  no  tenía  compañeros  de  juego  de  su  misma  edad  en
                                  Caladan.  Los  peligros  eran  demasiado  grandes.  Pero  Muad’Dib  tuvo  maravillosos
                                  compañeros-preceptores. Estaba Gurney Halleck, el trovador-guerrero. Podréis cantar
                                  algunas  de  las  canciones  de  Gurney  a  medida  que  vayáis  leyendo  este  libro.  Estaba
                                  Thufir Hawat, el viejo Mentat Maestro de Asesinos, al que temía el propio Emperador
                                  Padishah.  Estaba  Duncan  Idaho,  El  Maestro  de  Armas  de  los  Ginaz;  el  doctor
                                  Wellington Yueh, un nombre negro en traición pero brillante en conocimiento; Dama
                                  Jessica, que guió a su hijo en la Manera Bene Gesserit, y —por supuesto— el Duque
                                  Leto, cuyas cualidades como padre fueron durante mucho tiempo pasadas por alto.

                                                       De Historia de Muad’Dib para niños por la PRINCESA IRULAN



           Thufir  Hawat  se  deslizó  dentro  de  la  sala  de  ejercicios  de  Castel  Caladan  y  cerró

           suavemente  la  puerta.  Permaneció  inmóvil  por  un  momento,  sintiéndose  viejo  y
           cansado y zarandeado por la tormenta. La pierna izquierda, herida hacía tiempo al
           servicio del Viejo Duque, le dolía.

               Tres generaciones de ellos ya, pensó.
               Se detuvo en la gran sala iluminada por la intensa luz del mediodía que penetraba
           a  raudales  a  través  de  las  cristaleras  del  techo,  y  vio  al  muchacho  sentado  con  la

           espalda vuelta hacia la puerta, concentrado sobre papeles y mapas esparcidos sobre
           una mesa en forma de L.
               ¿Cuántas veces tendré que decirle que nunca debe dar la espalda a una puerta?

               Hawat carraspeó.
               Paul permaneció sumergido en sus estudios.
               La sombra de una nube pasó por delante de las cristaleras. Hawat carraspeó de

           nuevo.
               Paul se enderezó y dijo, sin volverse:
               —Ya sé. Estoy sentado dando la espalda a la puerta.

               Reprimiendo una sonrisa, Hawat avanzó a través de la estancia. Paul alzó los ojos
           hacia aquel hombre canoso que se había detenido en el ángulo de la mesa. Los ojos

           de Hawat eran dos polos de atracción en un rostro oscuro y arrugado.
               —Te he oído atravesar el vestíbulo —dijo Paul—. Y también te he oído abrir la
           puerta.
               —Los sonidos que produzco pueden ser imitados.

               —Notaría la diferencia.
               Es  capaz  de  ello,  pensó  Hawat.  Esa  bruja  de  su  madre  lo  ha  adiestrado

           ciertamente bien. Me pregunto qué debe pensar de eso su preciosa escuela. Quizá ha
           sido por eso por lo que me han enviado a la vieja Censor aquí… para volver al buen
           camino a nuestra querida Dama Jessica.
               Hawat tomó una silla al otro lado de Paul, y se sentó frente a la puerta. Lo hizo




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