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Habéis leído que Muad’Dib no tenía compañeros de juego de su misma edad en
Caladan. Los peligros eran demasiado grandes. Pero Muad’Dib tuvo maravillosos
compañeros-preceptores. Estaba Gurney Halleck, el trovador-guerrero. Podréis cantar
algunas de las canciones de Gurney a medida que vayáis leyendo este libro. Estaba
Thufir Hawat, el viejo Mentat Maestro de Asesinos, al que temía el propio Emperador
Padishah. Estaba Duncan Idaho, El Maestro de Armas de los Ginaz; el doctor
Wellington Yueh, un nombre negro en traición pero brillante en conocimiento; Dama
Jessica, que guió a su hijo en la Manera Bene Gesserit, y —por supuesto— el Duque
Leto, cuyas cualidades como padre fueron durante mucho tiempo pasadas por alto.
De Historia de Muad’Dib para niños por la PRINCESA IRULAN
Thufir Hawat se deslizó dentro de la sala de ejercicios de Castel Caladan y cerró
suavemente la puerta. Permaneció inmóvil por un momento, sintiéndose viejo y
cansado y zarandeado por la tormenta. La pierna izquierda, herida hacía tiempo al
servicio del Viejo Duque, le dolía.
Tres generaciones de ellos ya, pensó.
Se detuvo en la gran sala iluminada por la intensa luz del mediodía que penetraba
a raudales a través de las cristaleras del techo, y vio al muchacho sentado con la
espalda vuelta hacia la puerta, concentrado sobre papeles y mapas esparcidos sobre
una mesa en forma de L.
¿Cuántas veces tendré que decirle que nunca debe dar la espalda a una puerta?
Hawat carraspeó.
Paul permaneció sumergido en sus estudios.
La sombra de una nube pasó por delante de las cristaleras. Hawat carraspeó de
nuevo.
Paul se enderezó y dijo, sin volverse:
—Ya sé. Estoy sentado dando la espalda a la puerta.
Reprimiendo una sonrisa, Hawat avanzó a través de la estancia. Paul alzó los ojos
hacia aquel hombre canoso que se había detenido en el ángulo de la mesa. Los ojos
de Hawat eran dos polos de atracción en un rostro oscuro y arrugado.
—Te he oído atravesar el vestíbulo —dijo Paul—. Y también te he oído abrir la
puerta.
—Los sonidos que produzco pueden ser imitados.
—Notaría la diferencia.
Es capaz de ello, pensó Hawat. Esa bruja de su madre lo ha adiestrado
ciertamente bien. Me pregunto qué debe pensar de eso su preciosa escuela. Quizá ha
sido por eso por lo que me han enviado a la vieja Censor aquí… para volver al buen
camino a nuestra querida Dama Jessica.
Hawat tomó una silla al otro lado de Paul, y se sentó frente a la puerta. Lo hizo
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