Page 36 - Dune
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sueño en el que había estado sediento. El hecho de que aquel pueblo necesitase el
           agua hasta tal punto que tuviera que reciclar la humedad de su propio cuerpo le llenó
           de un sentimiento de desolación.

               —El agua es preciosa allí —dijo.
               Hawat asintió, pensando: Quizá haya conseguido hacerle comprender cuán hostil
           es  aquel  planeta,  y  lo  importante  que  es  para  nosotros  considerarlo  como  un

           enemigo.  Sería  enloquecedor  ir  hasta  allá  sin  tener  esta  idea  bien  inculcada  en
           nuestras mentes.
               Paul miró a las cristaleras del techo, consciente de que había comenzado a llover.

           Vio las gotas estrellarse contra la gris superficie de metaglass.
               —Agua —dijo.
               —Aprenderás a conocer su importancia —dijo Hawat—. Como hijo del Duque

           nunca te faltará, pero podrás ver la obsesión de la sed a tu alrededor.
               Paul humedeció sus labios con la lengua, pensando en aquel día de la semana

           pasada y la prueba con la Reverenda Madre. Ella también le había dicho algo acerca
           de la privación del agua.
               —Aprenderás  a  conocer  las  llanuras  funerales  —había  dicho—,  los  desiertos
           absolutamente vacíos, las vastas extensiones donde no vive nada excepto la especia y

           los gusanos de arena. Ensuciarás de negro tus párpados para atenuar el brillo del sol.
           Cualquier agujero al abrigo del viento y de la vista será un refugio para ti. Cabalgarás

           únicamente sobre tus pies, sin tóptero ni vehículo ni montura.
               Y Paul se había sentido más impresionado por su tono —ondulante y con una @ a
           modo de cantinela— que por sus palabras.
               —Cuando vivas en Arrakis —le había dicho ella—, khala, la tierra, estará vacía.

           Las lunas serán tus amigas, el sol tu enemigo.
               Paul había oído a su madre acercarse a él desde la puerta donde estaba de guardia.

           Había mirado a la Reverenda Madre y preguntado:
               —¿No veis ninguna esperanza, Vuestra Reverencia?
               —No  para  el  padre  —y  la  vieja  mujer  había  hecho  callar  a  Jessica,  mientras
           miraba a Paul—. Graba esto en tu memoria: un mundo se sostiene por cuatro cosas…

           —alzó cuatro nudosos dedos—… la erudición de los sabios, la justicia del grande, las
           plegarias de los justos y el coraje del valeroso. Pero todo esto no es nada… —cerró

           sus dedos en un puño—… sin un gobernante que conozca el arte de gobernar. ¡Haz
           de esto tu ciencia!
               Había pasado una semana desde aquel día con la Reverenda Madre. Sólo ahora

           sus palabras adquirían pleno significado. Ahora, sentado en la sala de ejercicios con
           Thufir  Hawat,  Paul  experimentó  la  profunda  mordedura  del  miedo.  Miró  hacia  el
           Mentat, que tenía el ceño fruncido.

               —¿En qué estabas pensando en este momento? —preguntó Hawat.




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