Page 38 - Dune
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—Creo que se puso furiosa. Dijo que el Misterio de la Vida no es un problema
que hay que resolver, sino una realidad que hay que experimentar. Entonces le cité la
Primera Ley del Mentat: «Un proceso no puede ser comprendido más que
interrumpiéndolo. La comprensión debe fluir al mismo tiempo que el proceso, debe
unirse a él y caminar con él». Esto pareció dejarla satisfecha.
Parece que se haya recobrado, pensó Hawat, pero aquella vieja bruja lo asustó.
¿Por qué lo hizo?
—Thufir —dijo Paul—, ¿es Arrakis tan malo como dicen?
—Nada podría ser tan malo —dijo Hawat forzando una sonrisa—. Tomemos los
Fremen, por ejemplo, el pueblo renegado del desierto. Tras un primer análisis
aproximativo, puedo decirte que son numerosos, mucho más numerosos de lo que
cree el Imperio. Hay mucha gente viviendo allí, muchacho, mucha gente, y… —
Hawat acercó un nudoso dedo a su ojo—… detestan a los Harkonnen con una pasión
sangrienta. Pero no debes decir ni una palabra de esto, muchacho. Es el confidente de
tu padre quien te habla.
—Mi padre me ha hablado de Salusa Secundus —dijo Paul—. ¿No crees, Thufir,
que es muy parecido a Arrakis… quizá no tan malo, pero muy parecido?
—Actualmente no sabemos mucho de Salusa Secundus —dijo Hawat—. Sólo
cómo era hace mucho tiempo… y nada más. Pero en líneas generales tienes razón.
—¿Nos van a ayudar los Fremen?
—Es una posibilidad. —Hawat se levantó—. Hoy salgo para Arrakis. Mientras
tanto, cuidate, aunque sólo sea porque te lo pide un viejo que te quiere bien, ¿eh?
Date la vuelta y no te sientes ofreciendo la espalda a la puerta. No es que crea que
haya ningún peligro en el castillo, es sólo un hábito que me gustaría que adquirieses.
Paul se levantó y dio la vuelta a la mesa.
—¿Así que te vas hoy?
—Sí, hoy. Y tú me seguirás mañana. La próxima vez que nos veamos será en tu
nuevo mundo. —Sujetó a Paul por su brazo derecho, a la altura del bíceps—. Mantén
libre tu brazo del cuchillo, ¿eh? Y tu escudo siempre a plena carga. —Soltó el brazo,
palmeó el hombro de Paul, se volvió y avanzó hacia la puerta.
—¡Thufir! —llamó Paul.
Hawat se volvió ante la puerta abierta.
—No des nunca la espalda a una puerta —dijo Paul.
Una amplia sonrisa afloró al viejo rostro.
—No lo haré, muchacho, puedes estar seguro —y se fue, cerrando suavemente la
puerta detrás de él.
Paul se sentó donde antes había estado Hawat, ordenando los papeles. Un día más
aquí, pensó. Miró la estancia a su alrededor. Estamos a punto de irnos.
Repentinamente, la idea de la partida se hizo más real de lo que había sido nunca.
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