Page 43 - Dune
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cicatrizado aunque no completamente.
               Cuán pronto ha asumido este muchacho su condición de hombre, pensó Halleck.
           Cuán pronto ha debido aprender esta brutal necesidad de la prudencia, este hecho

           que se graba en tu mente y te advierte: «Desconfía incluso de tus allegados».
               Sin girarse, dijo:
               —He  notado  este  deseo  de  jugar  en  ti,  muchacho,  y  no  hubiera  querido  nada

           mejor que complacerte. Pero ya no podemos jugar. Mañana partiremos hacia Arrakis.
           Arrakis es real. Los Harkonnen son reales.
               Paul tocó su frente con la hoja vertical de su espada.

               Halleck se giró, vio el saludo y respondió con una inclinación de cabeza. Señaló
           el muñeco de ejercicios.
               —Ahora trabajaremos tu rapidez. Muéstrame cómo lo alcanzas con la izquierda.

           Te controlaré desde aquí, donde puedo seguir mejor la acción. Y te advierto que hoy
           probaremos de nuevo contraataques. Esta es una advertencia que no te hará ninguno

           de tus enemigos reales.
               Paul se alzó sobre la punta de los pies para distender sus músculos. Adoptó una
           actitud  solemne,  con  la  repentina  comprensión  de  que  su  vida  se  deslizaba  hacia
           rápidos  cambios.  Avanzó  hacia  el  muñeco  y  apretó  con  la  punta  de  la  espada  el

           interruptor del centro de su pecho; inmediatamente sintió en la hoja la repulsión del
           recién activado escudo.

               —¡En guardia! —gritó Halleck, y el muñeco se lanzó al ataque.
               Paul activó su escudo, paró y contraatacó.
               Halleck le vigilaba mientras manipulaba los controles. Su mente pareció dividirse
           en dos: una alerta al desarrollo del entrenamiento, y la otra derivando entre nubes.

               Soy un frutal bien cuidado, pensó. Lleno de buenos sentimientos y de habilidades
           y  de  todas  esas  hermosas  cosas  que  crecen  en  mi…  para  que  algún  otro  pueda

           recolectarlas.
               Por alguna razón, recordó a su hermana menor, con su rostro de elfo muy definido
           en su mente. Pero había muerto… en una casa de placer para las tropas Harkonnen.
           Le gustaban los pensamientos… ¿o quizá las margaritas? No conseguía recordarlo. Y

           esta incapacidad de recordar le turbaba.
               Paul esquivó un golpe lento del muñeco y lanzó un entretisser con la izquierda.

               ¡Este pequeño astuto demonio!, pensó Halleck, concentrándose en los complejos
           movimientos de Paul. Ha practicado y estudiado por su cuenta. Este no es el estilo de
           Duncan, él nunca ha podido enseñarle nada semejante.

               Este  pensamiento  sólo  consiguió  aumentar  la  tristeza  de  Halleck.  Me  ha
           contagiado su humor, dijo para sí mismo. Y comenzó a pensar en Paul, y se preguntó
           si  el  muchacho,  algunas  noches,  no  habría  escuchado  con  terror  los  ruidos  de  su

           propia almohada.




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