Page 41 - Dune
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calculada para atravesar las defensas automáticas del escudo.
               Halleck siguió su acción, se volvió en el último segundo y dejó que la hoja rozara
           su pecho.

               —Excelente la velocidad —dijo—. Pero te has abierto completamente para ser
           ensartado con un golpe a fondo.
               Paul retrocedió, irritado.

               —Debería azotarte el trasero por tu imprudencia —dijo Halleck. Tomó un kindjal
           desenvainado de encima de la mesa y lo blandió—. ¡Esto, en manos de un enemigo,
           hubiera podido hacer verter toda tu sangre! Eres un alumno bien dotado, pero nada

           más, y siempre te he avisado de que ni siquiera jugando dejes que un hombre penetre
           en tu guardia con la muerte en la mano.
               —Creo que hoy no estoy de humor para esto —dijo Paul.

               —¿Humor?  —la  voz  de  Halleck  sonó  ultrajada  incluso  a  través  del  filtro  del
           escudo—.  ¿Qué  tiene  que  ver  tu  humor  con  esto?  Uno  combate  cuando  es

           necesario… ¡no cuando está de humor! El humor es algo para el ganado, o para hacer
           el amor, o para tocar el baliset. No para combatir.
               —Lo siento, Gurney.
               —¡No lo sientes lo suficiente!

               Halleck activó su propio escudo, se puso en guardia, con el kindjal bien apretado
           en su mano izquierda, blandiendo la espada en la derecha.

               —Ahora, en guardia, ¡y en serio! —Hizo una finta hacia un lado, luego otra hacia
           delante, y se lanzó a un furioso ataque. Sintió el crepitar de los campos de fuerza
           mientras  los  escudos  se  tocaban  y  se  repelían,  y  la  comezón  eléctrica  recorrió  de
           nuevo su piel. ¿Qué es lo que le ocurre a Gurney?, se preguntó. ¡No está fingiendo!

           Paul movió su mano izquierda, haciendo que el puñal sujeto a su muñeca se deslizara
           hasta su palma.

               —Necesitas otra hoja extra, ¿eh? —gruñó Halleck.
               ¿Es una traición?, se preguntó Paul. ¡No, Gurney no!
               Siguieron  combatiendo  alrededor  de  toda  la  estancia,  golpeando  y  parando,
           fintando  y  contrafintando.  El  aire  en  el  interior  de  los  escudos  empezó  a  hacerse

           pesado, debido al excesivo consumo y a la lenta renovación a través del campo. A
           cada nuevo contacto de los escudos, el olor a ozono se hacía más intenso.

               Paul continuó retrocediendo, pero ahora dirigiendo su retirada hacia la mesa de
           ejercicios. Si consigo llevarle hasta allá, le mostraré uno de mis trucos, pensó Paul.
           Otro paso, Gurney.

               Halleck dio el paso.
               Paul paró otro golpe bajo, se ladeó, y vio la espada de Halleck estrellarse contra la
           esquina de la mesa. Fintó hacia un lado, lanzó a su vez un ataque con la espada y al

           mismo instante avanzó el puñal a la altura del cuello de Halleck. Detuvo la hoja a dos




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