Page 39 - Dune
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Recordó otra vez lo que le había dicho la vieja mujer acerca de que un mundo es la
suma de muchas cosas: la gente, la tierra, las cosas que crecen, las lunas, las mareas,
los soles… aquella suma desconocida llamada naturaleza, un término vago
desprovisto ahora de significado. Y se preguntó: ¿Qué es el ahora?
La puerta frente a Paul se abrió bruscamente, y un hombre feo y macizo penetró
en la estancia, precedido por un brazado de armas.
—Bien, Gurney Halleck —dijo Paul—, ¿eres tú el nuevo maestro de armas?
Halleck cerró la puerta de un taconazo.
—Ya sé que preferirías que viniera para jugar contigo —dijo—. Echó una ojeada
a la estancia, observando que los hombres de Hawat ya la habían repasado a fondo,
dejándola segura para el heredero del Duque. Sus sutiles señales en código estaban
por todas partes.
Paul observó como el hombre se ponía en movimiento hacia la mesa de
adiestramiento con su carga de armas, y vio el baliset de nueve cuerdas que Gurney
llevaba al hombro y el multipic colocado entre las cuerdas, junto a los trastes.
Halleck dejó caer las armas sobre la mesa de ejercicios, las alineó: las espadas,
los puñales, los kindjals, los aturdidores de carga lenta, los cinturones-escudo. Se
volvió, sonriendo, y la cicatriz de estigma que seguía la línea de su mandíbula se
estremeció.
—Así que ni siquiera me das los buenos días, malvado diablillo —dijo Halleck—.
¿Qué clase de dardo has clavado en el corazón del viejo Hawat? Se ha cruzado
conmigo en el vestíbulo como si corriera a los funerales de su peor enemigo.
Paul sonrió. Entre todos los hombres de su padre, Gurney era el que más le
gustaba: conocía sus cambios de humor, sus debilidades, su carácter. Era para él un
amigo más que una espada mercenaria.
Halleck deslizó el baliset de su hombro y empezó a afinarlo.
—Si tú no quieres hablar, yo tampoco —dijo.
Paul se levantó y avanzó a través de la estancia.
—Bien, Gurney —dijo—, ¿vienes a prepararte para la música cuando es tiempo
de combatir?
—Así que hoy toca faltar al respeto a tus mayores, ¿eh? —dijo Halleck. Pulsó una
cuerda del instrumento, y asintió.
—¿Dónde está Duncan Idaho? —preguntó Paul—. Se supone que es él quien
debe enseñarme el uso de las armas.
—Duncan se ha ido en cabeza de la segunda oleada hacia Arrakis —dijo Halleck
—. Aquí no queda más que este pobre Gurney, que apenas acaba de terminar un
combate y a lo único que aspira es a un poco de música. —Pulsó otra cuerda, escuchó
y sonrió—. Y en el último consejo ha sido decidido que, puesto que has resultado un
combatiente tan poco capacitado, es mejor enseñarte un poco de música a fin de que
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