Page 35 - Dune
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intencionadamente, echándose hacia atrás y estudiando la estancia. Y repentinamente
           aquel lugar familiar le pareció extraño, un lugar distinto, con la mayor parte de los
           objetos pesados enviados ya hacia Arrakis. Quedaba tan sólo una mesa de ejercicios,

           así como un espejo de esgrima, con sus cristales prismáticos inertes, cuyo muñeco de
           ejercicios tenía el aspecto de un viejo soldado de infantería lacerado y consumido por
           las guerras.

               Exactamente como yo, pensó Hawat.
               —¿En qué estás pensando, Thufir? —preguntó Paul.
               Hawat miró al muchacho.

               —Estaba pensando en que muy pronto estaremos todos muy lejos de aquí, y que
           probablemente no volveremos nunca más.
               —¿Y esto te pone triste?

               —¿Triste? ¡Tonterías! Dejar a los amigos resulta triste. Pero un lugar es sólo un
           lugar —contempló los mapas sobre la mesa—. Y Arrakis es simplemente otro lugar.

               —¿Te ha enviado mi padre para sondearme?
               Hawat  frunció  el  ceño:  el  muchacho  sabía  observarle  con  tanta  perspicacia.
           Asintió.
               —Estás pensando en que hubiera sido mejor que viniera él mismo, pero ya sabes

           lo ocupado que está. Vendrá más tarde.
               —Estaba estudiando las tormentas en Arrakis.

               —Las tormentas. Ya veo.
               —Parecen más bien malas.
               —Es una palabra muy cauta: malas. Esas tormentas se desencadenan a lo largo de
           seis  o  siete  mil  kilómetros  de  terreno  llano,  y  se  alimentan  de  todo  lo  que  pueda

           proporcionarles  un  mayor  empuje:  la  fuerza  de  coriolis,  otras  tormentas,  cualquier
           cosa que tenga en ella un gramo de energía. Soplan a setecientos kilómetros por hora,

           arrastrando consigo cualquier cosa móvil que encuentren en su camino: arena, polvo,
           cualquier cosa. Arrancan la carne de tus huesos y reducen éstos a astillas.
               —¿No hay allí control climático?
               —Arrakis plantea problemas especiales, los costes son muy altos, la manutención

           enorme y todo lo demás. La Cofradía exige un precio prohibitivo por un satélite de
           control, y la Casa de tu padre no está entre las más ricas, muchacho. Tú lo sabes bien.

               —¿Has visto a los Fremen?
               Hoy su mente se fija en todo, pensó Hawat.
               —No puede decirse que los haya visto, pero los he visto —dijo—. No hay mucho

           que  los  distinga  de  la  gente  de  los  graben  y  sink.  Todos  llevan  ropas  flotantes.  Y
           apestan como demonios en cualquier lugar cerrado. Esto es debido a las ropas que
           llevan (las llaman «destiltrajes»)… cuya misión es recuperar el agua de sus cuerpos.

               Paul  deglutió,  consciente  de  pronto  de  la  humedad  en  su  boca,  recordando  un




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