Page 42 - Dune
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centímetros de la yugular.
               —¿Era eso lo que querías? —susurró Paul.
               —Mira hacia abajo, muchacho —jadeó Gurney.

               Paul obedeció, y vio el kindjal de Halleck bajo el borde de la mesa, apuntando
           directamente a su vientre.
               —Nos reuniríamos ambos en la muerte —dijo Halleck—. Pero debo admitir que

           combates un poco mejor cuando estás bajo presión. Ahora estás realmente de humor
           —y  sonrió  lobunamente,  haciendo  que  la  cicatriz  de  estigma  de  su  mentón  se
           crispara.

               —El modo como me has atacado —dijo Paul—. ¿Hubieras derramado realmente
           mi sangre?
               Halleck apartó el kindjal y se irguió.

               —Si  te  hubieras  batido  un  ápice  por  debajo  de  tus  capacidades,  muchacho,  te
           hubiera hecho una buena señal, y siempre te hubieras acordado de esta cicatriz. No

           quiero que mi alumno favorito sucumba ante el primer vagabundo Harkonnen que
           acuda a su encuentro.
               Paul desactivó su escudo y se apoyó en la mesa para recuperar el aliento.
               —Me  merecía  esto,  Gurney.  Pero  mi  padre  se  hubiera  puesto  furioso  si  me

           hubieses herido. No quiero que seas castigado por mis errores.
               —En este caso —dijo Halleck— el error hubiera sido también mío. Y no tienes

           que preocuparte por una o dos cicatrices de entrenamiento. Eres afortunado por tener
           tan pocas. En cuanto a tu padre… el Duque me castigaría tan sólo si fallara en hacerte
           un combatiente de primera clase. Y hubiera fallado si no te hubiera explicado el error
           que cometías hablando de humor en algo tan serio como esto.

               Paul se irguió y devolvió el puñal a su funda de muñeca.
               —Esto no es exactamente un juego —dijo Halleck.

               Paul asintió. Se maravilló ante la insólita seriedad de la actitud de Halleck, su
           firme resolución. Miró la violácea cicatriz de estigma que adornaba la mandíbula del
           hombre, y recordó la historia que le habían contado acerca de que había sido la Bestia
           Rabban quien se la había causado, en un pozo de esclavos de los Harkonnen en Giede

           Prime. Y Paul sintió una repentina vergüenza por haber dudado de Halleck aunque
           fuera por un solo instante. Comprendió entonces que aquella cicatriz significaba a

           menudo mucho dolor para Halleck… un dolor tan intenso, quizá, como aquel que le
           había infligido a él la Reverenda Madre. Pero se apresuró a rechazar aquella idea:
           helaba todo su mundo.

               —Creo que hoy tenía ganas de jugar un poco —dijo Paul—. Las cosas se han
           vuelto tan serias últimamente a mi alrededor…
               Halleck volvió el rostro para ocultar su emoción. Algo ardía en sus ojos. Sintió

           dolor… como una herida interna, la herida de un ayer olvidado que el Tiempo había




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