Page 9 - La Pluma, y el Papel Femenino
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La conducta lúdica es otra diferencia que marca muy especialmente los comportamientos
               femenino  y  masculino. En  general  las  mujeres dejamos  de jugar  a  muy  corta  edad,  esto
               quiere decir que si una niñita de cinco o seis años juega o está jugando a las muñecas ya
               no está jugando a las muñecas, pues han de saber que esa muñeca ya no es una muñeca:
               es Florencia, es Andrea, es Catalina; tiene nombre y de alguna manera ese juego puede
               experimentarse  como  una  obligación  o  como  una  tarea  de  aprendizaje,  ya  que  si  a  esa
               niñita se le daña o se le cae esa guagua, va a sufrir como si fuera una hija, y eso deja por
               supuesto de ser una conducta de juego. En una conducta de juego me puedo equivocar y
               nada pasa. Cuando la niña está jugando a las tacitas, tampoco a esa edad —cinco o seis
               años— juega a las tacitas ya que tiene que colocar el cuchillo, el tenedor al lado y en el
               orden como ha visto que lo hacen o le han enseñado y en la medida en que está obligada a
               hacerlo  bien  ya  deja  de  ser  una  conducta  lúdica. Todo esto  aun  en  el entendido  de que
               cualquier conducta  lúdica  involucra  un  aprendizaje.  Esto  hace clave  observar  la  seriedad
               con la cual las niñitas juegan a este tipo de situaciones. Los hombres, en cambio, nunca
               dejan de jugar; se dice que "ellos cambian los autos chicos de cuando son niños por los
               autos  grandes  cuando  son  adultos".  Es  divertido  mencionar  que  en  la  investigación
               realizada se descubrió que a la única cosa que un hombre le podría ser ciento por ciento fiel
               en  la  vida,  sin  cambiar  jamás  de  una  situación  a  otra,  era  a  un  equipo  de  fútbol.  Los
               hombres  que  participaron  declararon  que  bien  podrían  cambiarse  de  partido  político,  de
               mujer, incluso de hijos, pero su equipo de fútbol no lo cambiaban así estuviera en cuarta
               división.  Esta  conducta  que  de  una  u  otra  manera  parece  un  tanto  cómica  refleja  la
               valoración  que  el  hombre  o  la  estructura masculina  le  da  al  juego  como  un  elemento de
               salud mental y que, por supuesto, a las mujeres nos falta.




               Capítulo III: El privilegio del ver masculino y el privilegio
               del sentir femenino.



               Producto del tipo de respuestas que las mujeres del taller daban a algunas interrogantes
               que  les  hacía,  surgió  la  inquietud  de  hacer  una  nueva  pregunta  (primero  a  las  chicas):
               "¿cómo creen ustedes que se van a dar cuenta o que van a saber que están enamoradas?"
               La respuesta era dada a coro y siempre la misma: "lo vamos a sentir, tía". Luego, pregunté
               al  grupo  de  mujeres  adultas:  "¿cómo  y  cuándo  saben  o  sabrán  ustedes  que  tienen  un
               orgasmo?" la respuesta, como la de las niñas, fue: "lo vamos a sentir". A propósito de las
               reiteradas respuestas en orden a "sentir" me entregué a la tarea de investigar por qué era
               tan fácil para las mujeres dar y quedarnos con una respuesta en relación al sentir, por qué
               una respuesta de este tipo nos deja perfectamente satisfechas para entender y manejar la
               realidad.  Me  interesaba  sobre  manera  determinar  en  alguna  medida  o  forma  de  dónde
               podía surgir esta tendencia a internalizar afectivamente todos los aprendizajes y, por otro
               lado, en el caso de lo masculino, a externalizar todo tanto desde el punto de vista de lo que
               era  la  visión  como  desde  los  hechos  objetivos  de  la  realidad.  Biólogos,  estudiosos  de  la
               forma  de  adquisición  de  la  información  y  especialistas  en  programación  neurolingüística
               coinciden en responder a esta cuestión aludiendo al hecho de que pareciera ser que las
               mujeres,  por  no tener  acceso  visual  a  su genitalidad  u  otros funcionamientos corporales,
               internalizan los procesos como "procesos (de) sentidos"; por ejemplo, la mujer cuando va al
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