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             LA LIBERTAD DE ORIANA

       yáis mientes en vuestras oraciones, e mostradme  el
       camino que al castillo guía.
         El hombre bueno gelo mostró, e Amadís anduvo
       tanto, que llegó a  él, e vio que había el muro alto
       e las torres espesas; e llegóse a él, mas no oyó ha-
       blar a ninguno dentro, e plúgole, que bien cuidó que
       Arcalaus no sería aún salido, e anduvo el castillo al
       rededor, e vio que no había más de una puerta.
         Entonces se tiró afuera entre unas peñas, e apeán-
       dose del caballo, tomóle por la rienda y estuvo que-
       do, teniendo siempre  los ojos en  la puerta, como
       aquel que no había sabor de dormir. A esta sazón
       rompía  el  alba,  e cabalgando en su caballo tiróse
       más afuera por un valle; que hobo recelo,  si visto
       fuese, de poner sospecha que no saldrían  los  del
       castillo, cuidando ser más gente, e subió en un otero
       cubierto de grandes y espesas matas. No tardó mu-
       cho que vio salir a Arcalaus e sus cuatro compañeros
       muy bien armados, y entre  ellos  la muy hermosa
       Oriana, e dijo:
         — ¡ Ay, Dios  ; agora e siempre me ayude  e me
                    !
       guíe en su guarda.
         Oriana iba diciendo:
         —Amigo señor, ya nunca os veré, pues que ya
       se me llega la mi muerte.
         Amadís decendiendo del otero lo más ahina que él
       pudo, entró con ellos en un gran campo e dijo
         —¡Ay, Arcalaus traidor!; no  te conviene  llevar
       tan buena señora.
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