Page 119 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Alrededor del lago, la campiña estaba admirable-mente cultivada, porque los mormones
                  entienden bien los trabajos de la tierra; ranchos y corrales para los animales domésticos,
                  campos de trigo, maiz sorgo; praderas de exhuberante vegetación; en todas partes setos de
                  rosales silvestres, matorrales de acacias y de euforbios; tal hubiera sido el aspecto de esa
                  comarca seis meses más tarde; pero entonces el suelo estaba cubierto por una delgada capa
                  de nieve que lo emblan-quecía ligeramente.

                  A las dos, los viajeros se apeaban en la estación de Odgen. El tren no debía marchar hasta
                  las seis. Mister Fogg, mistress Aouida y sus dos compañeros tenían, por consiguiente,
                  tiempo para ir a la Ciudad de los Santos, por un pequeño ramal que se destaca de la
                  estación de Odgen. Dos horas bastaban apenas para visitar esa ciudad completamente
                  americana, y como tal, construida por el estilo de todas las ciudades de la Unión; vastos
                  tableros de largas líneas monótonas, con la tristeza lúgubre de los ángulos rectos, según la
                  expresión de Víctor Hugo. El fundador de la Ciudad de los Santos, no podía librarse de esa
                  necesidad de simetría que distingue a los anglosajones. En este sin-gular país, donde los
                  hombres no están, ciertamente, a la altura de las instituciones, todo se hace cuadrándo-se;
                  las ciudades, las casas y las tolderías.

                  A las tres, los viajeros se paseaban, pues, por las calles de la ciudad, construida entre la
                  orilla del Jordán y las primeras ondulaciones de los montes Wahshtch. Advirtieron pocas
                  iglesias o ninguna, y como monu-mentos, la casa del Profeta, los tribunales y el arsenal;
                  después, unas casas de ladrillos azulados con cancelas y galerías, rodeadas de jardines,
                  adornadas con aca-cias, palmera y algarrobos. Un muro de arcilla y pie-dras, hecho en
                  1853, ceñía la ciudad; en la calle prin-cipal, donde estaba el mercado, se elevaban algunos
                  palacios adornados de banderas, y entre otros, Lake--Salt House.

                  Mister Fogg y sus compañeros no encontraron la ciudad muy poblada. Las calles estaban
                  casi desiertas, salvo la parte del templo, adonde no llegaron sino des-pués de atravesar
                  algunos barrios cercados de empali-zadas. Las mujeres eran bastante numerosas, lo cual se
                  explica por la composición singular de las familias mormonas. No debe creerse, sin
                  embargo, que todos los mormones son polígamos. Cada cual es libre de hacer sobre este
                  particular lo que guste; pero conviene observar lo que son las ciudadanas del Utah, las que
                  tienen especial empeño en sei'¿asadas, porque, según la religión del país, el cielo mormón
                  no admite a la participación de sus delicias a las solteras. Estas pobres criaturas no parecen
                  tener existencia holgada ni feliz. Algunas, las más ricas sin duda, llevaban un jubón de seda
                  negro, abierto en la cintura, bajo una capucha o chal muy modesto. Las otras no iban
                  vesti-das más que de indiana.

                  Picaporte, en su cualidad de soltero por convic-ción, no miraba sin cierto espanto a esas
                  mormonas, encargadas de hacer, entre muchas, la felicidad de un solo mormón. En su buen
                  sentido, de quien se compa-decía más era del marido. Le parecía terrible tener que guiar
                  tantas damas a la vez por entre las vicisitudes de la vida, conduciéndolas así, en tropel,
                  hasta el paraíso mormónico, con la perspectiva de encontrarlas allí, para la eternidad, en
                  compañía del glorioso Smith, que debía ser ornamento de aquel lugar de delicias.
                  Deci-didamente, no tenía vocación para eso, y le parecía, tal vez equivocándose, que las
                  ciudadanas de Great Lake--City dirigían a su persona miradas algo inquietantes.
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