Page 123 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Picaporte fue en busca del "steward" y volvió luego con dos barajas, fichas, tantos y una
                  tablilla forrada de paño. No faltaba nada. El juego comenzó. Mistress Aouida sabía bastante
                  bien el whist, aun reci-bió algunos cumplidos del severo Phileas Fogg. En cuanto al
                  inspector, era de primera fuerza y capaz de luchar con el gentleman.

                   Ahora   dijo entre sí Picaporte , ya es nuestro y no se moverá.

                  A las once de la mañana, el tren llegó a la línea divisoria de las aguas de ambos Océanos.
                  Aquel paraje, llamado Passe Bridger, se hallaba a siete mil qui-nientos veinticuatro pies
                  ingleses dobre el nivel del mar, y era uno de los puntos más altos del trazado férreo, al
                  través de las Montañas Rocosas. Después de haber recorrido unas doscientas millas, los
                  viajeros se hallaron por fin en una de esas extensas llanuras que llegan hasta el Atlántico, y
                  que tan propicias son para el establecimiento de ferrocarriles.

                  Sobre la vertiente de la cuenca atlántica se desa-rrollaban ya los primeros ríos, afluentes o
                  subafluen-tes del North Platte. Todo el horizonte del Norte y del Este estaba cubierto por
                  una inmensa cortina semicircular que forma la porción septentrional de las Montañas
                  Rocosas, dominada por el pico de Lara-mia. Entre esa curvatura y la línea férrea se
                  extendí-an vastas llanuras, abundantemente regadas. A la derecha de la vía aparecían las
                  primeras rampas de la masa montañosa que se redondea al Sur hasta el naci-miento del
                  Arkansas, uno de los grandes tributarios del Missouri.

                  A las doce y media, los viajeros divisaron el puen-te Halleck, que domina aquella comarca.
                  Con algunas horas más, el trayecto de las Montañas Rocosas que-daría hecho, y, por
                  consiguiente, podía esperarse que ningún incidente perturbaría el paso del tren por tan
                  áspera región. Ya no nevaba y el frío era seco. A lo lejos unas aves grandes, espantadas por
                  la locomotora. Ninguna fiera, ni oso, ni lobo, aparecía en la llanura. Era el desierto con su
                  inmensa desnudez.

                  Después de un almuerzo bastante confortable, ser-vido en el mismo vagón, mister Fogg y
                  sus compañe-ros acababan de tomar los naipes de nuevo, cuando se oyeron violentos
                  silbidos. El tren se paró.

                  Picaporte se asomó a la portezuela y no  vio nada, ni había estación alguna.

                  Mistress Aouida y Fix pudieron temer por un momento que mister Fogg bajase a la vía,
                  pero el gen-tleman se contentó con decir a su criado:

                   Id a ver lo que es eso.

                  Picaporte salió, y unos cuarenta viajeros habían deja-do ya sus puestos, entre ellos el
                  coronel Steam Proctor.

                  El tren se había parado ante una señal roja, y el maquinista, así como el conductor,
                  altercaban viva-mente con un guardavía que habia sido enviado al encuentro del convoy
                  por el jefe de Medicine Bow, la estación inmediata. Tomaban parte de la discusión
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