Page 115 - Vuelta al mundo en 80 dias
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gargantas estrechas, que parecían sin salida. La locomotora, brillante como unas andas, con
                  su gran fanal, que despedía rojizos fulgores, su campana plateada, mezclaba sus silbidos y
                  bramidos con los de los torrentes y cascadas, retor-ciendo su humo por las ennegrecidas
                  ramas de los pinos.

                  Había pocos túneles o ninguno, y no existían puen-tes. El ferrocarril seguía los contornos
                  de las montañas no buscando en la línea recta el camino más corto de uno a otro punto, y no
                  violentando a la naturaleza.

                  Hacia las nueve, por el valle de Corson, el tren penetraba en el estado de Nevada, siguiendo
                  siempre las dirección del Nordeste. A las doce pasaba por Reno, donde los viajeros tuvieron
                  veinte minutos para almorzar.

                  Desde este punto, la vía férrea, costeando el río "Humboldt", se elevó durante algunas
                  millas hacia el Norte, siguiendo su curso; después torció al Este, no debiendo ya separarse
                  de ese río, antes de llegar a los montes Humboldt, donde nace casi en la extremidad oriental
                  del estado de Nevada.

                  Después de haber almorzado, mister Fogg, mis-tress Aouida y sus compañeros volvieron a
                  sus asien-tos. Phileas Fogg, la joven Aouida y sus compañeros, confortablemente
                  instalados, miraban el paisaje varia-do que se presentaba a la vista; vastas praderas,
                  mon-tañas que se perfilaban en el horizonte, torrentes que rodaban sus aguas espumosas.
                  De vez en cuando apa-recía, en masa dilatada, un gran rebaño de bisontes, cual dique
                  movedizo. Esos innumerables ejércitos de rumiantes oponen a veces un obstáculo
                  insuperable al paso de los trenes. Se han visto millares de ellos des-filar, durante muchas
                  horas, en apiñadas hileras cru-zando los rieles. La locomotora tiene entoces que dete-nerse
                  y aguardar que la vía esté libre.

                  Y eso fue lo,que en aquella ocasión aconteció. A las tres de la tarde, la vía quedó
                  interrumpida por un rebaño de diez o doce mil cabezas. La máquina, después de haber
                  amortiguado la velocidad, intentó intro-ducir su espolón en tan inmensa columna, pero tuvo
                  que detenerse ante la impenetrable masa.

                  Aquellos rumiantes, búfalos, como impropiamente los llaman los americanos, marchaban
                  con tranquilo paso, dando a veces formidables mugidos. Tenían una estatura superior a los
                  de Europa, piernas y cola cortas; con una joroba muscular; las astas separadas en la base; la
                  cabeza, el cuello y espalda cubiertos con una melena de largo pelo. No podía pensarse en
                  detener esta emi-gración. Cuando los bisontes adoptan una marcha, nada hay que pueda
                  modificarla; es un torrente de carne viva que no puede ser detenido por dique alguno.

                  Los viajeros, dispersados en los pasadizos, estaban mirando tan curioso espectáculo; pero el
                  que debía tener más prisa que todos, Phileas Fogg, había perma-necido en su puesto,
                  aguardando filosóficamente que a los búfalos les pluguiese dejarle paso. Picaporte esta-ba
                  enfurecido por la tardanza que ocasionaba esa aglo-meración de animales. De buena gana
                  hubiera descar-gado sobre ellos su arsenal de revólveres.
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