Page 143 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Picaporte estaba anonadado. Después de haber perdido la salida por cuarenta y cinco
                  minutos, esto lo mataba, porque tenía la culpa él; pues, en vez de ayu-dar a su amo, no
                  había cesado de crearle obstáculos por el camino. Y cuando repasaba en su mente todos los
                  incidentes del viaje; cuando calculaba las sumas gastadas en pura pérdida y sólo en interés
                  suyo; cuan-do pensaba que esa enorme apuesta, con los gastos considerables de tan inútil
                  viaje, arruinaba a mister Fogg, se llenaba a sí mismo de injurias.

                  Sin embargo, mister Fogg no le dirigió reconven-ción alguna, y al abandonar el muelle de
                  los vapores transatlánticos, no dijo más que estas palabras:

                   Mañana veremos lo que se hace, venid.

                  Mister Fogg, mistress Aouida, Fix y Picaporte, atravesaron el Hudson en el
                  "Jersey City Ferry Boat" y subieron a un coche, que los condujo al hotel San Nicolás,
                  en Broadway. Tomaron unas habitaciuones, y la noche transcurrió corta para Phileas Fogg,
                  que dur-mió con profundo sueño, pero muy larga para mistress Aouida y sus compañeros, a
                  quienes la agitación no pen nitió descansar.

                  La fecha del día siguiente era el 12 de diciembre. Desde el 12, a las siete de la mañana,
                  hasta el 21, a las ocho y cuarenta y cinco minutos de la noche, queda ban nueve días, trece
                  horas y cuarenta y cinco minu tos. Si Phileas Fogg hubiera salido la víspera con e "China~'
                  uno de los mejores andadores de la Line Cunard, habría llegado a Liverpool, y luego a
                  Londres en el tiempo estipulado.

                  Mister Fogg abandonó el hotel solo, después de haber recomendado a su criado que lo
                  aguardase y de haber prevenido a mistress Aouida que estuviese dis-puesta.

                  Después se dirigió al Hudson, y entre los buques amarrados al muelle o anclados en el río,
                  buscó cuida-dosamente los que estaban listos para salir. Muchos tenían la señal de partida y
                  se disponían a tomar la mar, aprovechando la marea de la mañana, porque en ese inmenso y
                  admirable puerto de Nueva York no hay dia en que cien embarcaciones no salgan con
                  rumbo a todos los puntos del orbe; pero casi todas eran de vela, y no podían convenir a
                  Phileas Fogg.

                  Este gentleman se estrellaba, al parecer, en su últi-mo tentativa, cuando vio a la distancia de
                  un cable, lo más, un buque mercante de hélice, de formas delgadas, cuya chimenea, dejando
                  escapar grandes bocanadas de humo, indicaba que se preparaba para aparejar.

                  Phileas Fogg tomó un bote, se embarcó, y a poco se encontraba en la escala de la
                  "Enriqueta~', vapor de casco de hierro con los altos de madera.

                  El capitán de la "Enriqueta" estaba a bordo. Phile-as Fogg subió a cubierta y preguntó por
                  él. El capitán se presentó en seguida.

                  Era hombre de cuarenta años, especie de lobo de mar, con trazas de regañón y poco
                  tratable. Tenía ojos grandes, tez de cobre oxidado, pelo rojo, ancho cuerpo y nada del
                  aspecto de hombre de mundo.
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