Page 140 - Vuelta al mundo en 80 dias
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lle-gaba rasando la tierra, parecía que el trineo iba a ser levantado del suelo por sus
                  espantosas velas cual alas de inmensa envergadura. Mudge se mantenía, por medio del
                  timón, en la línea recta y con un golpe de espadilla rectificaba los borneos que el aparejo
                  tendía a producir. Todo el velamen daba presa al viento. El foque, desviado, no estaba
                  cubierto por la cangreja. Se levantó una cofa y dando al viento un cuchillo, se aumentó la
                  fuerza del impulso de las demás velas. No podía calcularse la velocidad matemáticamente;
                  pero era seguro que no bajaba de las cuarenta millas por hora.

                   Si nada se rompe   dijo Mudge , llegaremos.

                  Y Mudge tenía inerés en llegar dentro del plazo convenido, porque mister Fogg, fiel a su
                  sistema, lo había engolosinado con una crecida oferta.

                  La pradera por donde corría el trineo era tan llana, que parecía un inmenso estanque helado.
                  El ferrocarril que cruzaba por esa región subía del Suroeste al Noro-este por Grand lsland,
                  Columbus, ciudad importante de Nebraska, Schuyler, Fremon y luego Omaha. Seguía en
                  todo su trayecto por la orilla derecha del rio Platte. El trineo, atajando, recorría la cuerda
                  del arco descrito por la vía férrea. Mudge no podía verse dete-nido por el río Platte, en el
                  recodo que forma antes de llegar a Fremont, porque sus aguas estaban heladas. El camino
                  se hallaba, pues, completamente libre de obs-táculos, y a Phileas Fogg sólo podían darle
                  cuidado dos circunstancias: una avería en el aparato o un cam-bio de viento.

                  La brisa, sin embargo, no amainaba, y antes al contrario, soplaba hasta el punto de poder
                  tumbar el palo, si bien le sostenían con firmeza los obenques de hierro. Esos alambres
                  metálicos, semejantes a las cuer-das de un instrumento, resonaban como si un arco hubiese
                  provocado sus vibraciones. El trineo volaba, acompañado de una armonía plañidera de muy
                  parti-cular intensidad.

                   Esas cuerdas dan la quinta y la octava  dijo mister Fogg.

                  Fueron éstas las únicas palabras que pronunció durante la travesía. Mistress Aouida,
                  cuidadosamente envuelta en los abrigos y mantas de viaje, estaba pre-servada, en lo
                  posible, del alcance del frío.

                  En cuanto a Picaporte, roja la cara como el disco solar cuando se pone entre brumas,
                  aspiraba aquel aire penetrante, dando rienda a sus esperanzas con el fondo de imperturbable
                  confianza que las distinguía. En vez de llegar por la mañana a Nueva York, se llegaría por
                  la tarde, pero todavía existían probabilidades de que esto ocurriese antes de salir el vapor de
                  Liverpool.

                  Picaporte experimentó hasta deseos de dar un apre-tón de manos a su aliado Fix, no
                  olvidando que era el inspector mismo quien había proporcionado el trineo de velas, y por
                  consiguiente, el único medio de llegar a Omaba a tiempo; pero, obedeciendo a un
                  indefinible presentimiento, se mantuvo en su acostumbrada reserva.
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