Page 135 - Vuelta al mundo en 80 dias
P. 135

Así razonaba el inspector de policía, mientras que las horas transcurrían lentamente. No
                  sabía qué hacer. Algunas veces tenía la idea de decírselo todo a mistress Aouida, pero
                  comprendía de qué modo serí-an acogidas sus palabras por la joven. ¿Qué partido tomar?
                  Estaba tentado de irse, al través de las llanu-ras, en busca de Fogg. No le parecía imposible
                  vol-ver a dar con él. ¡Las huellas del destacamento esta-ban impresas todavía en el nevado
                  suelo? Pero luego todo vestigio quedaba borrado bajo una nueva capa de nieve.

                  Entonces el desaliento se apoderó de Fix. Experi-rnentó un insuperable deseo de abandonar
                  la partida, y precisamente se le ofreció ocasión de seguir el viaje, partiendo de la estación
                  de Kearney.

                  En efecto; a las dos de la tarde, mientras que la nieve caía a grandes copos, se oyeron unos
                  silbidos procedentes del Este. Una sombra enorme, precedida de un resplandor rojizo,
                  avanzaba con lentitud, consi-derablemente abultada por las brumas que le daban fantástico
                  aspecto.

                  Sin embargo, ningún tren de la parte del Este era esperado todavía. El auxilio pedido por
                  teléfono no podía llegar tan pronto, y el tren de Omaba a San Fran-cisco no debía pasar
                  hasta el día siguiente.

                  No tardó en saberse lo que era. La locomotora, que andaba a corto vapor y dando grandes
                  silbidos, era la que, después de haberse separado del tren, había con-linuado su marcha con
                  tan espantosa velocidad, lle-vando al maquinista y fogonero inanimados. Había corrido
                  muchas millas, y, después, apagándose el fuego, por falta de combustible, la velocidad se
                  fue amortiguando, hasta que la máquina se detuvo, veinte millas más allá de la estación de
                  Kearney.

                  Ni el maquinista ni el fogonero habían sucumbido, y después de un desmayo bastante
                  prolongado, habían recobrado los sentidos.

                  La máquina estaba entonces parada, y cuando el maquinista se vio en el desierto con la
                  locomotora sola, comprendió lo ocurrido, y sin que pudiera atinar de qué modo se había
                  efectuado la separación, no dudaba que el tren estaba atrás esperando auxi,tio.

                  No vaciló el maquinista sobre la resolucion qtte debía adoptar. Proseguir el camino en
                  dirección de Omaha, era prudente; volver hacia el tren, en cuyo saqueo estarían quizá
                  ocupados los indios, era peligro. so... ¡No importa! Se rellenó la hornilla de combustible, el
                  fuego se reanimó, la presión volvió a subir, y a cosa de las dos de la tarde, la máquina
                  regresaba a la estación de Kearney, siendo ella la que silbaba sobre la bruma.

                  Fue para los viajeros gran satisfacción el ver que la locomotora se ponía a la cabeza del
                  tren. Iban a poder continuar su viaje, tan desgraciadamente interrum-pido.

                  Al llegar la máquina, mistress Aouida preguntó al conductor:

                   ¿Vais a marchar?
   130   131   132   133   134   135   136   137   138   139   140