Page 137 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Durante toda aquella noche, mistress Aouida, con el ánimo entregado a siniestros
                  pensamientos, con el corazón lleno de angustias, anduvo errando por la linde de la pradera.
                  Su imaginación la llevaba a lo lejos, mostrándole mil peligros; no es posible expresar lo que
                  sufrió durante tan largas horas.

                  Fix permanecía quieto en el mismo sitio, pero tampoco dormía. En cierto momento se le
                  acercó un hombre, y le habló, pero el agente lo despidió, después de haberle respondido
                  negativamente.

                  Así transcurrió la noche. Al alba, el disco medio apagado del sol se levantó sobre un
                  horizonte nublado, pudiendo, sin embargo, la vista extenderse hasta dos millas de distancia.
                  Phileas Fogg y el destacamento se habían dirigido hacia el Sur, y por este lado no se
                  divi-saba más que el desierto. Eran entonces las siete de la mañana.

                  El capitán, muy caviloso, no sabía qué partido tomar. ¿Debía enviar otro destacamento en
                  auxilio del primero? ¿Debía sacrificar más hombres, con tan poca probabilidad de salvar a
                  los que se habían sacrificado primero? Pero su vacilación no duró, y llamó con una señal a
                  uno de sus tenientes, dándole orden de hacer un reconocimiento por el Sur, cuando sonaron
                  unos tiros. ¿Era esto una señal? Los soldados salieron afuera del fuerte, y a media milla
                  vieron una pequena partida que venía en buen orden.

                  Mister Fogg iba a la cabeza, y junto a él estaban Picaporte y los otros dos viajeros, librados
                  de entre las manos de los sioux.

                  Había habido combate a diez millas al sur de Kear-ney. Pocos momentos antes de la llegada
                  del destaca-mento, Picaporte y los dos compañeros estaban luchando con sus guardianes, y
                  el francés había ya derribado tres a puñetazos, cuando su amo y los solda-dos se
                  precipitaron en su auxilio.

                  Todos, salvadores y salvados, fueron acogidos con gritos de alegría, y Phileas Fogg
                  distribuyó a los soldados la prima que les había prometido, mientras que Picaporte repetía,
                  no sin alguna razón:

                   ¡Decididamente, es preciso convenir en que cuesto muy caro a mi amo!

                  Fix, sin pronunciar una palabra, miraba a mister Fogg, y hubiera sido difícil analizar las
                  impresiones que luchaban en su interior. En cuanto a mistress Aouida, había tomado la
                  mano del gentleman y la estrechaba con las suyas sin poder pronunciar una palabra.

                  Entretanto, Picaporte, tan luego como llegó, había buscado el tren en la estación, creyendo
                  encontrarle allí dispuesto a correr hacia Omaba, y esperando que se podría ganar aún el
                  tiempo perdido.

                   ¡El tren, el tren!  gritaba.

                   Se marchó  respondió Fix.
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