Page 50 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Los medios para llegar hasta la víctima fueron entonces discutidos. El guía conocía apenas
                  esa pago-da de Pillaji, en la cual afirmaba que la joven estaba encarcelada. ¿Podía
                  penetrarse por una de las puertas cuando toda la banda estuviese sumida en el sueño de la
                  embriaguez, o sería necesario practicar un boquete en la pared? Esto no podía decidirse
                  sino en el momento y en el lugar mismo; pero lo indudable era que el rapto debía
                  verificarse aquella misma noche, y no cuando la víctima fuese conducida al suplicio,
                  por-que entonces ninguna intervención humana la salvaría.

                  Mister Fogg y sus compañeros aguardaron la noche, y tan luego como llegó la oscuridad,
                  hacia las seis de la tarde, resolvieron verificar un reconocimien-to alrededor de la pagoda.
                  Los últimos gritos de los fakires se extinguían. Según su costumbe, aquellos indios debían
                  hallarse entregados a la pesada embria-guez del "hag", opio líquido, mezclado con infusión
                  de cáñamo, y tal vez sería posible deslizarse entre ellos hasta el templo.

                  El parsi, guiando a mister Fogg, a sir Francis Cro-marty y a Picaporte, se adelantó sin hacer
                  ruido a tra-vés del bosque. Después de arrastrarse durante diez minutos por las matas,
                  llegaron al borde de un riachue-lo y allí, a la luz de las antorchas de hierro impregna-das de
                  resina, percibieron un montón de leña apilada. Era la hoguera fon nada con sándalo
                  precioso y bañada ya con aceite perfumado. En su parte posterior descan-saba el cuerpo
                  embalsamado del rajá, que debía arder al mismo tiempo que la viuda. A cien pasos de esta
                  hoguera se elevaba la pagoda, cuyos minaretes pene-traban en la sombra por encima de los
                  árboles.

                   Venid  dijo el guía con voz baja.

                  Y redoblando las precauciones, seguido de sus compañeros, se deslizó silenciosamente a
                  través de las altas hierbas.

                  El silencio sólo estaba interrumpido por el mur-mullo del viento en las ramas.

                  Muy luego el guía se detuvo en la extremidad de un claro alumbrado por algunas antorchas.
                  El suelo estaba cubierto de grupos de durmientes entorpecidos por la embriaguez. Parecía
                  un campo de batalla sem-brado de muertos. Hombres, mujeres, niños, todo allí estaba
                  confundido. Algunos había aquí y acullá que dejaban oír el ronquido de la embriaguez.

                  En el fondo, entre las masas de árboles, se alzaba confusamente el templo de Pillaji; pero,
                  con gran des-pecho de parte del guía, los guardias del rajá, alum-brados por antorchas
                  fuliginosas, vigilaban la puerta, paseándose sable en mano. Podía suponerse que en el
                  interior los sacerdotes estarían velando también.

                  El parsi no se adelantó más porque había recono-cido la imposibilidad de forzar la entrada
                  del templo, e hizo retroceder a sus compañeros.

                  Phileas Fogg y sir Francis Cromarty habían com-prendido como él que no podían intentar
                  nada por aquella parte.

                  Se detuvieron y hablaron en voz baja.
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