Page 96 - Vuelta al mundo en 80 dias
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El 13, a la primera marea, el "Camatic" entraba en el puerto de Yokohama.

                  Este punto es una importante escala del Pacífico, donde paran todos los vapores empleados
                  en el servi-cio de correos y viajeros entre la América del Norte, la China, el Japón y las
                  islas de la Malasia. Yokohama está situado en la misma bahía de Yedo, a corta dis-tancia de
                  esta inmensa ciudad, segunda capital del imperio japonés, antigua residencia del taikun,
                  cuando existía este emperador civil, y rival de Meako, la gran ciudad habitada por el
                  mikado, emperador eclesiástico descendiente de los dioses.

                  El "Carnatic" se arrimó al muelle de Yokohama, cerca de las escolieras y de la aduana, en
                  medio de numerosos buques de todas las naciones.

                  Picaporte puso el pie, sin entusiasmo ninguno, en aquella tierra tan curiosa de los Hijos del
                  Sol. No tuvo mejor cosa que hacer que tomar el azar por guía, andar errante, a la ventura,
                  por las calles de la población.

                  Picaporte se vio, al pronto, en una ciudad absolu-tamente europea, con casas de fachadas
                  bajas, adorna-das de cancelas, bajo las cuales se desarrollaban ele-gante peristilos, y que
                  cubría con sus calles, sus plazas, sus docks, sus depósitos, todo el espacio comprendido
                  desde el promontorio del tratado hasta el río. Allí, como en Hong Kong, como en Calcuta,
                  hormigueaba una mezcla de gentes de toda casta, americanos, ingle-ses, chinos, holandeses,
                  mercaderes dispuestos a com-prarlo y a venderlo todo, y entre los cuales el francés era tan
                  extranjero como si hubiese nacido en el país de los hotentotes.

                  Picaporte tenía un recurso, que era el de recomen-darse cerca de los agentes consulares
                  franceses o ingleses, establecidos en Yokohama; pero le repugna-ba referir su historia, tan
                  íntimamente relacionada con su amo, y antes de esto, quería apurar todos los demás
                  medios.

                  Después de haber recorrido la parte europea de la ciudad, sin que el azar le hubiese servido,
                  entró en la parte japonesa, decidido, en caso necesario, a llegar hasta Yedo.

                  Esta porción indígena de Yokohama se llama Ben-ten, nombre de una diosa del mar,
                  adorada en las islas vecinas. Allí se veían admirables alamedas de pinos y cedros; puertas
                  sagradas, de extraña arquitectura; puentes envueltos entre cañas y bambúes; templos
                  abrigados por una muralla, inmensa y melancólica, de cedros seculares; conventos de
                  bonzos, donde vegeta-ban los sacerdotes del budismo y los sectarios de la religión de
                  Confucio; calles interminables, donde había abundante cosecha de chiquillos, con tez
                  sonro-sada y mejillas coloradas, figuritas que parecían recor-tadas de algún biombo
                  indígena, y que jugaban en medio de unos perrillos de piernas cortas y de unos gatos
                  amarillentos, sin rabo, muy perezosos y car-iñosos.

                  En las calles, todo era movimiento y agitación incesante; bonzos que pasaban en procesión,
                  tocando sus monótonos tamboriles; yakuninos, oficiales de la aduana o de la policía; con
                  sombreros puntiagudos incrustados de laca y dos sables en el cinto; soldados vestidos de
                  percalina azul con rayas blancas y arma-dos con fusiles de percusión, hombres de armas del
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