Page 101 - Vuelta al mundo en 80 dias
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¡A fe mía  respondió Picaporte, incomodado por la pregunta , nosotros, los franceses,
                  sabemos hacer muecas, es verdad, pero no mejor que los americanos!

                   Es verdad. Pues bien; si no os tomo como cria-do, puedo tomaros como clown. Ya
                  comprenderéis, bravo mozo. ¡En Francia se exhiben farsantes extran-jeros, y en el
                  extranjero farsantes franceses!

                   ¡Ah!

                   Por lo demás, ¿sois vigoroso?

                   Sobre todo cuando acabo de comer.

                   ¿Y sabéis cantar?

                   Sí  respondió Picaporte, que en halagüeño, le permitiría estar en algunos conciertos de
                  calle.

                   Pero, ¿sabéis cantar cabeza abajo, con una peonza girando sobre la planta del pie
                  izquierdo y un sable en equilibrio sobre la planta del pie derecho?

                   ¡Pardiez!  respondió Picaporte, que recordaba los primeros ejercicios de su edad juvenil.

                   ¡Es que todo consiste en eso!  dijo el honora-ble Batulcar.

                  La contrata quedó terminada "hic et nunc".

                  En fin, Picaporte había encontrado una posición. Estaba contratado para hacerlo todo en la
                  célebre com-pañía japonesa, lo cual, si era poco halagüeño, le per-mitiría estar en San
                  Francisco antes de ocho días.

                  La representación, con tanto aparato anunciada por el honorable Batuicar, debía comenzar a
                  las tres de la tarde, y bien pronto resonaban en la puerta los for-midables instrumentos de
                  una orquesta japonesa. Bien se comprende que Picaporte no había podido estudiar su papel,
                  pero debía prestar el apoyo de sus robustos hombros en el gran ejercicio del racimo
                  humano, eje-cutado por los narigudos del dios Tingú. Este "gran atractivo" de la
                  representación, debía cerrar la serie de ejercicios.

                  Antes de las tres, los espectadores habían invadido el vasto barracón. Europeos e indígenas,
                  chinos y japoneses, hombres, mujeres y niños, se apiñaban sobre las estrechas banquetas y
                  en los palcos que daban frente al escenario. Los músicos habían entrado, y la orquesta
                  completa, gongos, tam tams, castañuelas, flautas, tamboriles y bombos, estaban operando
                  con todo furor.

                  Fue aquella función lo que son todas las represen-taciones de acróbatas, pero es preciso
                  confesar que los japoneses son los primeros equilibristas del mundo. An nado el uno con
                  un abanico y con trocitos de papel, ejecutaba el ejercicio de las mariposas y las flores. Otro
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