Page 97 - Vuelta al mundo en 80 dias
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mikado, metidos en su justillo de seda, con loriga y cota de malla, y otros muchos militares
                  de diversas condiciones, porque en el Japón la profesión de sol-dado es tan distinguida
                  como despreciada en China. Y después, hermanos postulares, peregrinos de larga vestidura,
                  simples paisanos de cabellera suelta, negra como el ébano, cabeza abultada, busto largo,
                  piernas delgadas, estatura baja, tez teñida, desde los sombrí-os matices cobrizos hasta el
                  blanco mate, pero nunca amarillo como los chinos, de quienes se diferencia-ban los
                  japoneses esencialmente. Y, por último, entre carruajes, palanquines, mozos de cuerda,
                  carretillas de velamen, "norimones" con caja maqueada, "can-gos" (suaves y verdaderas
                  literas de bambú), se veía circular a cortos pasos y con pie hiquito, calzado con zapatos de
                  lienzo, sandalias de paja o zuecos de madera labrada, algunas mujeres poco bonitas, de ojos
                  encogidos, pecho deprimido, dientes ennegreci-dos a usanza del día, pero que llevaban con
                  elegan-cia el traje nacional, llamado "kimono", especie de bata cruzada con una banda de
                  seda, cuya ancha cin-tura formaba atrás un extravagante lazo, que las modernas parisienges
                  han copiado, al parecer, de las japonesas.

                  Picaporte se detuvo paseando durante algunas horas entre aquella muchedumbre
                  abigarrada, mirando también las curiosas y opulentas tiendas, los bazares en que se
                  aglomeraba todo el oropel de la platería japonesa, los restaurantes, adornados con
                  banderolas y banderas, en los cuales estaba prohibido entrar y esas casas de té, donde se
                  bebe, a tazas llenas, el agua odo-rífera con el sakí, licor sacado del arroz fermentado, y esos
                  confortables fumaderos, donde se aspira un taba-co muy fino, y no por el opio, cuyo uso es
                  casi desco-nocido en el Japón.

                  Despues, Picaporte se encontró en la campiña, en medio de inmensos arrozales. Allí
                  ostentaban sus últi-mos colores y sus últimos perfumes las brillantes camelias, nacidas, no
                  ya en arbustos, sino en árboles; y dentro de las cercas de los bambúes, se veían cere-zos,
                  ciruelos, manzanos, que los indígenas cultivan más bien por sus flores que por sus frutos,y
                  que están defendidos contra los pájaros, palomas, cuervos, y otras aves, por medio de
                  maniquíes haciendo muecas o con torniquetes, chillones. No había cedro majestuo-so que
                  no abrigase alguna águila, ni sauce bajo el cual no se encontrase alguna garza,
                  melancólicamente posada sobre un poie; en fin, por todas partes había cornejas, patos,
                  gavilanes, gansos silvestres y muchas de esas grullas, a las cuales tratan los japoneses de
                  señorías, porque simbolizan, para ellos, la longevidad y la dicha.

                  Al andar así vagando, Picaporte descubrió algunas violetas entre las hierbas.

                   ¡Bueno!   dijo~. Ya tengo cena.

                  Pero las olió, y no tenían perfume alguno.

                   ¡No tengo suerte!  pensó para sus adentros.

                  Cierto es que el buen muchacho había almorzado, por previsión, todo lo copiosamente que
                  pudo, antes de salir del "Carnatic", pero después de un día de paseo, se sintió muy hueco el
                  estómago. Bien había observado que en la muestra de los camiceros faltaba el camero, la
                  cabra o el cerdo, y como sabía que es un sacrilegio matar bueyes, únicamente reservados a
                  las necesidades de la agricultura, había deducido que la carne andaba escasa en el japón. No
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