Page 98 - Vuelta al mundo en 80 dias
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se engañaba; pero, a falta de todo eso, su estómago se hubiera arre-glado con jabalí, gamo,
                  perdices o codornices, ave o pescado con que se alimentan exclusivamente los japoneses,
                  juntamente con el producto de los arroza-les. Pero debió hacer de tripas corazón, y dejar
                  para el día siguiente el cuidado de proveer a su manutención.

                  Llegó la noche, y Picaporte regresó a la ciudad indígena, vagando por las calles, en medio
                  de faroles multicolores, viendo a los farsantes ejecutar sus mara-villosos ejercicios, y a los
                  astrólogos que, al aire libre, reunían a la gente alrededor de su telescopio. Después, volvió
                  al puerto, esmaltado con las luces de los pesca-dores, que atraían los peces por medio de
                  antorchas encendidas.

                  Por último, las calles se despoblaron. A la multitud sucedieron las rondas de yakuninos,
                  oficiales que, con sus magníficos trajes y en medio de un séquito, pare-cían embajadores, y
                  Picaporte repetía alegremente, cada vez que encontraba alguna vistosa patrulla:

                   ¡Bueno va! ¡Otra embajada japonesa que sale para Europa!



                  XXIII


                  Al día siguiente, Picaporte, derrengado y ham-briento, dijo para sí que era necesario comer
                  a toda costa, y que lo más pronto sería mejor. Bien tenía el recurso de vender el reloj, pero
                  antes hubiera muerto de hambre. Entonces o nunca, era ocasión para aquel buen muchacho
                  de utilizar la voz fuerte, si no melo-diosa, de que le había dotado la naturaleza.

                  Sabía algunas copias de Francia y de Inglaterra, y resolvió ensayarlas. Los japoneses
                  debían, seguramen-te, ser aficionados a la música, puesto que todo se hace entre ellos a son
                  de timbales, tamtams y tambores, no pudiendo menos de apreciar, por consiguiente, el
                  talento de un cantor europeo.

                  Pero era, quizá, temprano, para organizar un con-cierto, y los difetanti, súbitamente
                  despertados, no hubieran quizá pagado al cantante en moneda con la efigie del mikado.

                  Picaporte se decidió, en su consecuencia, a esperar algunas horas; pero mientras iba
                  caminando, se le ocu-rrió que parecía demasiado bien vestido para un artis-ta ambulante, y
                  concibió entonces la idea de trocar su traje por unos guiñapos que estuviesen más en
                  armo-nia con su posición. Este cambio debía producirle, además, un saldo, que podía
                  aplicar, inmediatamente, a satisfacer su apetito.

                  Una vez tomada esta resolución, faltaba ejecutarla, y sólo después de muchas
                  investigaciones descubrió Picaporte a un vendedor indígena, a quien expuso su petición. El
                  traje europeo gustó al ropavejero, y no tardó Picaporte en salir ataviado con un viejo ropaje
                  japonés y cubierto con una especie de turbante de estrías, deste-ñido por la acción del
                  tiempo. Pero, en compensación, sonaron en su bolsillo algunas monedas de plata.
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