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LOS COMETAS
Kepler fue admirado en Praga por su talento como matemático y
astrónomo. Pero aun era más popular como astrólogo y calenda-
rista, con sus esperados almanaques, en los que presentaba sus
vaticinios meteorológicos y auguraba futuros sucesos. Los vatici-
nios cumplidos pasan a la historia con más facilidad. En el alma-
naque de 1618 predijo una gran guerra. Y efectivamente, empezó
la guerra llamada de los Treinta Años.
Y también predijo un cometa. En eso se equivocó: no apare-
ció uno, aparecieron tres. En 1607 había predicho otro que con
el tiempo se llamaría H alley. También estaba la gente pendiente
de la interpretación de estos vistosos astros y de su significado.
Kepler aseguraba que la trayectoria de los cometas era rectilínea
(¡precisamente él!). A tenor de lo que sabemos hoy, erraba en
esto; pero hoy es fácil decirlo. Admitía un influjo maligno cuando
la cola invadía la Tierra, cuyo aire quedaba envenenado, presa-
giando calamidades para la humanidad.
Kepler pensaba que «los rayos del Sol atraviesan el cuerpo del
cometa y al instante se llevan algo de esa materia al alejarse del Sol».
Así se formaba la cola según él. Estas afirmaciones podrían, con
ligeras modificaciones, intercalarse en algún tratado divulgativo
de astronomía actualmente. El mérito de Kepler, en el caso de los
cometas, es que él se oponía a la aristotélica aseveración de que
eran fenómenos atmosféricos, pertenecientes al mundo sublunar.
Él los consideraba más lejanos, pero sin llegar a situarlos en la
esfera de las estrellas fijas.
Aunque esto no fuera así, se aprecia en esta frase que atribuía
a los cometas una distancia semejante a la de los planetas, sin
especificar dónde «retozaban». Hoy sabemos que «retozan» en los
confines del sistema solar, aproximadamente a un año-luz de dis-
tancia, en lo que se llama la Nube de Oort, llamada así por el as-
trónomo Jan Hendrik Oort (1900-1992).
110 EL ASTROFÍSICO