Page 114 - 12 Kepler
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tener la puerta siempre abierta para que la compañía se defen-
                      diera, saliendo y entrando, día y noche. Los militares disparaban
                      desde su casa,  con lo  cual no dejaban dormir a sus moradores
                      durante la noche ni vivir durante el día. En una habitación, con el
                      sonido ensordecedor de los tiros que iban y venían, Kepler seguía
                      trabajando ...
                          Tenía muchas cosas en que pensar, muchas que escribir y
                      muchas que mandar a la imprenta. Esto último no pudo hacerlo
                      porque la imprenta de Linz, de Herr Plank, fue incendiada en aque-
                      llas revueltas. Ya sabemos que en 1627 Kepler abandonó Linz, de-
                     jando a su familia en Ratisbona, para trasladarse a Ulm,  donde
                      podía vigilar personalmente la impresión de las Tablas rudoifinas.
                          Pero, una vez acabada la impresión de la obra, ¿dónde podía
                      ir la extensa familia Kepler? Repudiado por sus hermanos lutera-
                      nos, bienvenido a la religión que él repudiaba, no tenía adónde ir.
                      Las luchas intestinas entre calvinistas, luteranos y católicos, ade-
                      más de otras varias ramificaciones doctrinales, atenazaban a toda
                      la Europa central, en una guerra que había de durar treinta años.
                      Kepler se encontró sin patria y sin destino. Pedía poco, pero ese
                     poco era mucho pedir.
                          Por de pronto se dirigió a Praga, a entregar al emperador las
                      Tablas rudoifinas. El emperador se lo había encargado y a él tenía
                      que entregarle el gran legado, destilado último de la vida de Brahe
                     y de la suya propia, aunque seguramente le recibirían en la corte
                      con inquina y desprecio: el emperador había expulsado definitiva-
                      mente a todos los no católicos.
                          No  le recibieron mal, sino con toda amabilidad y admira-
                      ción. El emperador personalmente lo colmó de distinciones y le
                     mostró su sincero respeto. Pero al poco tiempo de estar en la
                      corte se vio gentilmente estimulado a abrazar la religión católica
                      (hay que señalar que Kepler no seguía las mismas denominacio-
                     nes que todos los demás; católicos para él eran todos los cristia-
                     nos, la Reforma, la Contrarreforma, el calvinismo, los anglicanos,
                     los hugonotes, etc. A los que otros llamaban católicos, para él
                     eran papistas).
                         ¿Qué había que hacer para que Kepler se pasara al bando ca-
                     tólico? La fuerza, la expulsión, las amenazas eran inútiles. Había






          114        REPERCUSIÓN EN  LA CIENCIA ACTUAL
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