Page 116 - 12 Kepler
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que convencerle por medio de la razón. A pesar de su credo in-
                     transigente, Kepler nunca había renunciado a la discusión sose-
                     gada, de forma que tenía buenas relaciones, incluso de amistad,
                     con algunos jesuitas,  especialmente con el padre Paul Guldin
                     (1577-1643), con quien había mantenido correspondencia episto-
                     lar y se encontraba por entonces también en Praga. A este culto
                     jesuita se le encomendó ganar a Kepler para la causa católica.
                         Kepler, paradójicamente, quería la unión de todos los cristia-
                     nos pero no renunciaba a sus convicciones, incluso hasta los más
                     insignificantes detalles. Se empecinó en ellas y no quiso dar su
                     brazo a torcer. Las dotes persuasivas y retóricas del padre Guldin
                     se estrellaron contra un muro. Así que finalmente tuvo que aban-
                     donar Praga y cualquier otra posesión católica del imperio.
                         Siempre se ensalza la lealtad de los hombres, pero en el caso
                     de Kepler ¿podía entenderse que sacrificara su futuro y el de su
                     familia por cuestiones tales como la ubicuidad de Jesucristo o si
                     la comunión se tenía que hacer con una especie o con dos? El caso
                     es que no quiso ceder, ni con unos ni con otros, a  pesar de la
                     buena voluntad del emperador y de sus buenos amigos jesuitas.
                     Fueron generosos, después de todo: allí adonde fuese, conservaría
                     su cargo de Matemático Imperial y su salario. Tampoco de Linz le
                     habían suprimido su cargo de Matemático Territorial. Pero, ¿por
                     cuánto tiempo si él se asía firmemente a sus creencias y no se
                     «adaptaba»? Y los suyos, los luteranos, seguían segregándolo y
                     negándole la comunión.
                         En la ciudad de Praga tuvo un feliz encuentro: Wallenstein.
                     Este general había tenido grandes éxitos militares al haber derro-
                     tado y mantenido a raya a ejércitos suecos, daneses y franceses
                     que pretendían aprovechar la confusión administrativa del impe-
                     rio, de manera que era considerado el hombre más brillante y po-
                     deroso de la corte imperial.
                         W allenstein era tremendamente supersticioso y creía a pie
                     juntillas todas las adivinaciones astrológicas,  de forma que no
                     dudó en buscar la amistad y el asesoramiento del más famoso
                     de los astrólogos del imperio: Johannes Kepler. Anteriormente,
                     Kepler había realizado ya un horóscopo anónimo para un joven
                     W allenstein, encargado por un intermediario y a cambio de una






          116        REPERCUSIÓN EN  LA CIENCIA ACTUAL
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