Page 142 - 12 Kepler
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Refiriéndose al telescopio, nos lo describe con «¡Oh tú, sa-
                    pientísimo tubo, más valioso que todos los cetros! ¿Acaso quien te
                    sostiene en su diestra no ha sido elegido rey,  soberano de las
                    obras de Dios?». En otra ocasión nos dice que «estos eclipses son
                    los ojos de los astrónomos [ ... ) esos oscurecimientos iluminan el
                    espíritu de los mortales[ ... ) para alabar a las sombras».
                        Es claro y contundente al reclamar el mérito de sus descubri-
                    mientos, y a menudo muy duro al juzgar los que disienten de él,
                    como con los rosacruces y cabalistas, a los que dice odiar y a los
                    que llama «grillos silentes». El caso más impropio fue cuando en
                    De  stella nova arremete contra el desdichado Giordano Bruno
                    acusándolo de haber mancillado el crédito de Copérnico y el de
                    toda la astronomía.
                        Basten estos pocos ejemplos para ilustrar el gusto por la li-
                    teratura que no separaba de lo que él llamaba cupiditas specu-
                    landi (gusto por la investigación). Pero esta inclinación artística
                    no merecería un capítulo especial si no fuera porque es el autor
                    de lo que se considera el primer libro de ciencia ficción de la
                    historia.




                    ccSOMNIUM»


                    Este opúsculo, que lleva por título Somnium. De astronomia lu-
                    nari (Sueño.  La astronomía de la Luna), puede, en efecto, ser
                    considerado la primera obra de ciencia ficción.  Su intención es
                    describir cómo vería el mundo un selenita, interesante juguete
                    que obliga a pensar. No es nada sencillo de llevar a cabo, incluso
                    para un astrónomo que,  como nuestro Kepler, tenía una visión
                    tan completa del universo.  Y al decir que tenía una visión de
                    cómo era el universo, conviene recordar que sus míseros ojos le
                    proporcionaban solo una imagen distorsionada; era más bien en
                    su cabeza donde  cada astro  ocupaba una posición en un mo-
                    mento determinado.
                        Su propósito era a la vez divulgativo y convincente. Quería
                    defender el modelo copernicano demostrando que un selenita po-






         142        EL ESCRITOR
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