Page 144 - 12 Kepler
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sado por vientos no previstos,  tuvo  que  atracar en la isla de
                     Hven, donde residía un astrónomo llamado Tycho Brahe, quien
                     lo acogió y le enseñó astronomía. Al cabo de cinco años decidió
                     volver a  su tierra,  Islandia.  Allí  volvió  a  encontrarse  con su
                     madre, muy arrepentida por haber vendido y dejado marchar a
                     Duracoto.
                         Fiolxhilde se alegró mucho de que su hijo supiera astronomía,
                     pues ella también conocía esta ciencia, aleccionada por unos de-
                     monios que la llevaban a diversos países. Duracoto quiso también
                     vivir la experiencia de los viajes y su madre apeló a un demonio
                     de Levania, que tal es el nombre de la Luna en la novela. Este le
                     describió cómo hacían los viajes a Levania.  Los momentos más
                     duros eran los de salida y los de llegada, cuando había que impedir
                     que los humanos transportados chocaran contra la superficie de
                     Levania.
                         No todos los humanos eran capaces de soportar el viaje. Pre-
                     ferían a las viejas resecas, puesto que desde pequeñas estaban
                     acostumbradas a volar montadas sobre cabrones, o en mantos
                     raídos a modo de alfombras mágicas. «Los alemanes no se prestan
                     nada para tales viajes; en cambio no rechazamos a los españoles
                     con sus cuerpos resecos.» En una de sus notas aclara Kepler:

                         Alemania se lleva la palma de la corpulencia y la glotoneria, tal como
                         España se lleva la del talento, el buen juicio y la frugalidad. Así pues,
                         en las ciencias sutiles, como esta de la astronomía 0J sobre todo la
                         lunar, basada en una perspectiva extraña, como si alguien lo viera
                         todo desde la Luna), si por igual se empeñaran alemanes y españoles,
                         estos últimos irian muy por delante de los otros. Y en consecuencia
                         dejo dicho que esta obrita habrá de dar risa a los alemanes, mientras
                         que le han de tener cierta estima los españoles.

                         El viaje a Levania dura cuatro horas, aunque este astro está
                     a  cincuenta mil millas alemanas (una milla alemana es equiva-
                    lente a 7,4 kilómetros; la cifra que da Kepler en números redon-
                     dos está muy bien). Duracoto es así transportado por los poderes
                     demoníacos, llega a Levania y empieza la descripción del firma-
                    mento desde un observador situado allí. Esta descripción es ma-






         144        EL ESCRITOR
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