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estrechez pecuniaria,  sino también por la debilidad física  de
        ambos, la muerte prematura de sus primeros hijos y las discor-
        dias religiosas que tuvieron que soportar. Según su marido, el
        horóscopo de Barbara anunciaba «un destino triste y desgra-
        ciado». Antes de la boda, escribió a Mastlin:


            Me veo obligado a gastar una gran suma de dinero, porque aquí es
            costumbre celebrar espléndidamente los matrimonios. Si, de todos
            modos, Dios prolonga mi vida, me veré atado y constreñido a este
            lugar [ ... ) porque mi esposa posee aquí propiedades, amigos y un
            padre próspero; parece que al cabo de unos pocos años no necesi-
            taré ya más salarios.

            No parece que sea la misiva de un novio enamorado. El matri-
        monio no fue feliz. En favor de Barbara hay que decir que fuera de
        casa era muy agradable  de  trato y que  dentro  era una buena
        madre, desviviéndose por sus hijos. Pero no hubo sintonía entre
        ella y Johannes. A ella no le interesaba nada la astronomía.  Ni
        sabía bien a qué se dedicaba su marido, ni entendía su concentra-
        ción ni su dedicación exclusiva a los libros y a los escritos y lo
        interrumpía frecuentemente con problemas domésticos. No leía
        más que un libro de oraciones. Era iracunda con su marido, quien
        inicialmente sostenía la disputa hasta que aprendió a callar y a
        tener paciencia con ella. No sabernos cuál hubiera sido la versión
        de Barbara sobre tantas desavenencias domésticas.
            Tenían gran ilusión por la llegada de su primer hijo, pues su
        horóscopo presagiaba una vida plena de éxitos. Pero el niño, in-
        grato con las estrellas que tan feliz destino le deparaban, murió a
        los dos meses. La segunda hija murió, corno su hermano, de me-
        ningitis. Solo sobrevivieron dos niños, los que junto con Regina,
        hija de un matrimonio anterior de ella, constituyeron la primera
        familia de Kepler. Ella fue perdiendo la memoria y el seso y murió
        joven, a los treinta y siete años. Murió también el mismo año su
        hijo y para ambos compuso Kepler su sentida elegía.
            De Barbara conocernos algunos datos por los escritos de Ke-
        pler. En cambio, de su segunda mujer, Susanna Reuttinger (1595-
        1635),  no sabernos prácticamente nada.  Kepler no la menciona





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