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MUERTE DE KEPLER

                     En el capítulo anterior dejamos a Kepler y a su familia en Zagan.
                     Vimos cómo allí cobraba al fin su salario con normalidad y no se
                     conoce que pasara penurias económicas como las había tenido
                     siempre en su vida, unas veces porque cobraba poco y otras por-
                     que no le pagaban lo que le habían prometido. Pero Kepler estaba
                     descontento por el escaso ambiente cultural de la ciudad y, sobre
                     todo, porque llegaron hasta allí las imposiciones intransigentes de
                     la Contrarreforma. Hubo que convertir las escuelas luteranas en
                     escuelas jesuitas; es decir, Kepler volvió a vivir esa situación que
                     bien conocía por haberla padecido tantas veces.
                         Consiguió su propia imprenta,  instalada en su vivienda, y
                     mantenía contactos con W allenstein para procurarse papel de ca-
                     lidad a un precio razonable. Seguía expulsado por la Iglesia lute-
                     rana, tan intransigente como la papista, y se había convertido en
                     un ser que inspiraba desconfianza en Zagan, donde era espiado de
                     la misma forma que los pocos que no se habían convertido al ca-
                     tolicismo. Él mantenía su postura, fiel a la Iglesia que no le era fiel
                     a él, que lo consideraba maldito, y al mismo tiempo, rechazando
                     una Iglesia que sí le buscaba a él, pero que no era la suya, y siem-
                     pre creyendo en la libertad de interpretación de la Biblia y alen-
                     tando la fraternización de todos los cristianos. Kepler aprovechó
                     sus influencias y su prestigio para que su colaborador Jakob Bartsch
                     ocupara una cátedra en Estrasburgo. Allí tuvo lugar la boda, con
                     gran regocijo popular por la fama que Kepler había adquirido. Pero
                     él no pudo asistir por el cercano alumbramiento de su mttjer.
                         En julio de 1630 emprendió un viaje a Linz, no se sabe bien
                     para qué. Al parecer quería cobrar un dinero que se le debía, pero
                     no está claro, porque Kepler emprendió el viaje con libros y di-
                     nero,  como si buscara un nuevo lugar donde seguir pensando.
                     Hizo escalas en Leipzig y en Núremberg, donde contaba con bue-
                     nos amigos, y en Ratisbona, la ciudad en la que había estado tan-
                     tas veces y tantas veces fue albergue de su familia. Allí estaba el
                     emperador y allí se entrevistaron.
                         Pero Kepler presagiaba su muerte: se dio cuenta de que la
                     disposición de los planetas era la misma que en su nacimiento.





         152         EL ESCRITOR
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