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mucho en sus escritos, lo cual puede ser inteIJ)ret:ado como desin-
terés o como annonía y ausencia de problemas. La annonía conyugal
no mueve la pluma; el menosprecio, tampoco. Susanna era huér-
fana y tenía veinticuatro años cuando se celebró la boda, en 1613.
Pese a su humildad y discreción, cualidades por las que no asomó a
los prolijos escritos de Kepler, fue la elegida entre ¡once candidatas!
Con Susanna tuvo siete hijos, aunque tres murieron en la in-
fancia. ¿Se portó Johannes bien con ella? No lo sabemos. Pode-
mos juzgar indirectamente. Cuando se desplazó a Ulm en busca de
impresor para las Tablas rudoljinas, sin tener un destino en nin-
gún sitio, dejó a Susanna instalada en Ratisbona, con amplia prole
y escaso dinero. No volvió hasta diez meses después. Pero enton-
ces se fue a Praga, donde estuvo cinco meses. Y luego debió viajar
a Linz. ¡Pobre Susanna! Kepler había rechazado ofertas para tra-
bajar en cátedras de Italia y de Inglaterra. Él mismo pidió la cáte-
dra de Estrasburgo, en cuya universidad incluso había colgado un
retrato suyo, ¡tanto se le quería allí! y un amigo le ofrecía su propia
casa, y le fue concedida su petición, pero ... la rechazó porque
decía que no podía hacerse cargo de los gastos del viaje (?).
Al fin, la familia pudo residir en Zagan, y ya sin pasar apuros
económicos. Pero entonces fue cuando él, quizá algo trastornado,
llevándose libros y mucho dinero, viajó sin que se sepa el motivo
ni el destino y fue a morir a Ratisbona. Parece que sus mujeres no
pudieron rivalizar con sus dos amadas féminas: Venus y la Luna.
Jakob Bartsch, el ayudante y colaborador más cercano de Ke-
pler y que acabó casándose con Regina, se portó admirablemente
bien con Susanna, procurando reunir, sin mucho éxito, el dinero
que se le debía a su marido y el que debía percibir por sus últimas
publicaciones. W allenstein, en Praga, pagó los atrasos que le debía
a Kepler (250 florines), pero se desentendió en lo sucesivo. En
Ratisbona se unieron en la tumba de Kepler, Susanna, Bartsch y
su hijastro, Ludwig Kepler, hijo de Barbara, quien aunque tam-
poco andaba sobrado de dinero, se portó también muy bien con
ella. Susanna se mudó a Frankfurt, donde vivió en la miseria. No
hubiera ocurrido así si hubiera podido cobrar todo lo que se le
debía a su marido. Murió, precisamente también en Ratisbona, a
la edad de cuarenta y siete años.
150 EL ESCRITOR