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en Ulm. Las autoridades de la ciudad consideraron un honor que
la impresión se hiciera allí, pero le impusieron un trabajo adicio-
nal: regular las unidades de peso y medida.
Desde Ratisbona, donde alojó a su familia, hasta Ulm tuvo que
agenciarse un carro, porque el Danubio estaba helado. Así viajó con
su equipaje, que incluía los tipos de in1prenta que él mismo había
fabricado para los signos especiales con que se representan los pla-
netas. Tuvo que encargarse de buscar un papel de calidad, que ad-
quirió en Kempten con su propio dinero. El papel llegó a Ulm, donde
fue recibido y custodiado por su amigo Hebenstreit. En aquellos
tiempos era extremadamente difícil adquirir un buen papel y esta
elección era parte importante en el proceso total de la impresión.
Finalmente, la impresión se terminó en Ulm, en septiembre
de 1627. Allí vio la luz lo que Kepler consideraba la gran obra de
su vida. No lo fue; hizo cosas mucho más importantes. Todavía
hubo muchos problemas creados por los herederos de Brahe, que
no estaban nunca conformes con nada. Los primeros beneficios
serían para Kepler hasta completar las cantidades que había de-
sembols,ado; las sucesivas ganancias habían de repartirse a partes
iguales para él y para los herederos.
El bello frontispicio del libro fue diseñado por el mismo
Kepler. En él se representaban los grandes astrónomos de todos
los tiempos, según su propio criterio: un caldeo, Hiparco, Ptolo-
meo, Copérnico y Tycho Brahe. Probablemente, el astrónomo cal-
deo era el gran Kidinnu (siglo IV a.C.). Quizá no fue justo ni con
Aristarco de Samos ni con Alfonso X. Él mismo se representaba,
trabajando a la luz de una vela, en un humilde lateral.
EL ASTRÓNOMO 79