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La elaboración de este tipo de tablas había sido siempre una
         gran empresa para lo~ grandes astrónomos y los grandes príncipes.
         Famosas habían sido en su tiempo las Tablas  toledanas, elabora-
         das por Azarquiel, que fueron ampliamente utilizadas por Copér-
         nico, las Tablas  alfonsíes, del rey castellano Alfonso X el Sabio
         (1221-1284), cuya utilización llegó hasta el Renacimiento y que fue-
         ron utilizadas por Colón en la predicción de un eclipse, y las de
         Regiomontano (1436-1476), que eran las que estaban en vigor antes
         de las tablas publicadas por Kepler.
             Tenían un gran valor para astrónomos, astrólogos, marinos,
         etc. En el caso de las encomendadas a Kepler había una gran ex-
         pectación, por tratarse de unas tablas obtenidas con los mejores
         datos ( de Tycho Brahe) según el sistema de Copérnico, mejorado
         por las investigaciones del ya muy reconocido matemático y as-
         trónomo Johannes Kepler. Nunca se habían publicado unas tablas
         con la precisión y el valor predictivo que se esperaba de estas
         (aunque en la práctica tuvieron algunas imperfecciones).
             V arias fueron las causas de la demora de la publicación, ocu-
         pando prácticamente la vida profesional de Kepler, ya que vieron
         la luz poco antes de su muerte. Esta gran demora se debió a un
         cúmulo de circunstancias. En primer lugar, su propia dificultad,
         teniendo Kepler que realizar tediosos cálculos normalmente sin
         ayuda de colaboradores, ayudantes o calculistas. Las dificultades
         propias de encontrar un impresor capaz y la ciudad de impresión
         adecuada y los problemas económicos por los que Kepler tuvo
         que adelantar o perder un dinero que no tenía, fueron otras cau-
         sas. Además, como sabemos, en todo este tiempo Kepler se de-
         dicó con entrega absoluta a sus elucubraciones filosóficas rela-
         cionadas con su teoría de las distancias y los movimientos plane-
         tarios.  Las  tablas,  tarde o  temprano,  quedarían obsoletas;  las
         leyes del movimiento planetario fueron un legado para siempre y
         para la humanidad.
             Pero Kepler tenía que realizar la gran empresa que Brahe le
         había pedido en su lecho de muerte y que el emperador Rodolfo II
         le había encomendado. Nadie sino Kepler podía hacerlo. El empe-
         rador había puesto en manos de Kepler los instrumentos y los
         datos de Tycho.  Sin embargo,  aquí empezaron los problemas,





                                                          EL ASTRÓNOMO        75
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