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José Manuel Bermúdez Siaba
mar abierto. Una vez en alta mar consiguieron orientarse enfilando, la proa hacia
el puerto más próximo. Pero, al acercarse al puerto, se encontraron con un ines-
perado problema; la entrada en aquel, con un temporal de tales características, se
antojaba una tarea casi imposible. El acceso al puerto se debía hacer sorteando
rocas y bancos de arena, algo que en aquellas circunstancias resultaba una teme-
ridad.
Entonces, el capitán se hizo cargo del timón y se dirigió hacia el ancladero
sorteando las piedras y los bajos, al tiempo que conseguía mantener el buque,
que estaba siendo fuertemente castigado por las olas. Después de unas cuantas
horas de luchar contra las dificultades, consiguió llegar a buen puerto y allí fon-
deó a su amparo.
Durante horas, una multitud se había ido concentrando en el malecón para
seguir el desenlace de aquel acontecimiento, que todos temían terminase en tra-
gedia. En cuanto la tripulación llegó la tierra los paisanos allí congregados los
acogieron entre felicitaciones y palabras de ánimo. Fueron muchos los vecinos
que le preguntaron a los marineros cuál era su origen, a lo que todos ellos respon-
dieron: «Somos todos gallegos menos el capitán que es de Muros». Aquellos
marineros estaban tan sorprendidos como quienes les esperaban en el muelle,
nunca habían creído que conseguirían llegar a tierra, y quisieron diferenciar con
aquellas frases la habilidad que su patrón mostrara en aquella maniobra, ponien-
do a Muros como un ejemplo de navegantes sumamente preparados y valientes.
La confianza se la llevó el inglés
Este viejo dicho popular, muy utilizado coloquialmente en nuestra zona, hace
referencia a un acontecimiento, ya comentado en otra sesión de este mismo libro,
sobre una incursión inglesa en nuestra ría ocurrida durante la guerra Franco- es-
pañola contra la corona británica.
La historia sucedió cuando una fragata mercante francesa, llamada «Con-
fiance»; viéndose acosada por varios buques de la marina inglesa que patrulla-
ban la Costa de la Muerte, y encontrándose bloqueada para poder huir, arribó a
nuestro puerto, quedando fondeada en la bahía con la intención de protegerse de
los barcos ingleses. Con el fin de hacer más difícil su apresamiento desmontó
sus aparejos y quitó el timón, con la intención de no ser atacada al verla desarbo-
lada. A pesar de todo, el corsario inglés entró en nuestra ría dispuesto a apresar
al barco francés, abordándolo y llevándolo a remolque como presa conquistada.
Desde entonces, cuando alguien hace algo en confianza, y esta se ve traicionada
se suele decir esta famosa frase: «La confianza se la llevó el inglés».
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