Page 36 - Enamórate de ti
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patológico, el primer paso es aceptar y reconocer su existencia. Si realmente es fuente de sufrimiento
y malestar, hay que dejar salir la emoción para proceder a eliminarla o reestructurarla. Sentir no es
la actitud masoquista de resignarse a aceptar aquellas emociones que te perjudican. Sentir, como aquí
está planteado, es una manera de investigar y explorar qué cosa te gusta y qué cosa no quieres; es la
condición sine qua non para descubrir nuevas maneras de quererte a ti mismo.
Resumiendo lo dicho hasta aquí: aceptar vivir en un contexto de vida hedonista es generar un
estilo personal de libertad emocional. Un espíritu desinhibido y sin restricciones irracionales
favorecerá el desarrollo de una sensibilidad aguda y perceptiva, la cual a su vez mejorará la
comunicación afectiva y la comprensión de los estados internos. Un estilo hedonista produce una
mayor sensibilización frente a los estímulos naturales que llegan al organismo y amplía el rango
de situaciones potencialmente placenteras.
El poeta francés Jacques Prévert muestra en uno de sus poemas un ejemplo de libertad
emocional que, aunque sancionado por las “buenas costumbres”, nos recuerda aquella frescura y
alegría de nuestra infancia. Lleva por nombre El mal estudiante:
Dice no con la cabeza
pero sí con el corazón
dice sí a lo que le gusta
dice no al profesor
está de pie
lo interrogan
y le plantean todos los problemas
de pronto le da un ataque de risa
y lo borra todo
cifras y palabras
fechas y nombres
frases y trampas
y sin hacer caso de las amenazas del profesor
ni de los abucheos de los sabelotodo
y con gises de todos colores
en la negra pizarra de la desgracia
dibuja el rostro de la dicha
Muchos de mis pacientes, víctimas de una educación “antialegría”, adquieren el vicio de no disfrutar
demasiado. Cuando se sienten muy bien, un impedimento psicológico les dificulta el clímax y los
incrusta de narices en la monotonía: “No vaya a ser que me guste”. Le temen a la alegría porque la
ven demasiado peligrosa y mundana, como en la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa,
cuando el cura ciego impedía la lectura de un texto aristotélico sobre el humor, porque creía que si se
perdía el temor a Dios, se acababa la fe. De todas maneras, y afortunadamente, pese a los esfuerzos
dogmáticos, restrictivos y fiscalizadores de los amigos de la seriedad y lo austero, el júbilo sigue
irremediablemente haciendo de las suyas.