Page 42 - Enamórate de ti
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Muy cerca del síndrome de Diógenes se halla el culto al ahorro. Este amor desenfrenado y obsesivo
  por ahorrar a cualquier costo nos hace almacenar infinidad de estupideces. Un refrán dice: “Atesorar

  demasiado te hace vivir como pobre y tener un entierro de rico”. No estoy defendiendo el descuido y
  la irresponsabilidad en el manejo de los bienes personales; la idea no es vivir unos cuantos años en
  la opulencia y los otros en la miseria más espantosa. El espíritu del ahorro es bueno si se vive con
  prudencia y moderación, y sin convertirlo en un fin en sí mismo; más bien se trata de una actitud
  previsora.  Tener  por  tener  te  ubica  del  lado  de  los  avaros;  gastar  por  gastar,  del  lado  de  los

  derrochadores.  Conozco  personas  ultraahorrativas  con  el  dinero  que  lo  coleccionan  como  si  se
  tratara de estampillas.
        En muchas ocasiones, aunque tengamos los recursos y la disponibilidad, dudamos en darnos

  gusto. A una de mis pacientes le gustaban mucho las fresas con crema, pero cada vez que compraba
  una porción de ellas se quedaba con ganas. Inexplicablemente, nunca había pedido dos porciones o
  tres o cuatro. Cuando le sugerí que se diera gusto, disfrutó mucho la tarea. Recuerdo que me dijo:
  “¿De  verdad  puedo  hacerlo?”.  ¿Su  razón  para  limitarse?  El  miedo  a excederse.  Otro  señor,  con
  problemas de autoestima muy marcados, solía comentarme que había traído de Italia unas aceitunas

  muy especiales y que le gustaría comérselas. Cada vez que abría la alacena veía unos cuantos tarros
  hermosos, grandes y repletos de aceitunas negras y se contenía. El problema radicaba en que cada
  vez  que  le  insinuaba  a  su  esposa  que  se  las  comieran,  ella  lo  miraba  algo  extrañada  porque  no

  consideraba que fuera una “ocasión especial” que justificara probarlas (pues eran caras y de edición
  limitada). En una consulta, al ver su preocupación, le sugerí que rompiera sus esquemas (y los de su
  mujer), tomara uno de los tarros y se lo comiera con todo el placer posible; que las degustara, una a
  una, sin culpa ni arrepentimiento, como un niño travieso que rompiera alguna norma. Recuerdo que el
  hombre  me  miró  con  gran  felicidad,  como  si  yo  le  hubiera  dado  permiso,  y  agregó:  “¡Gracias,

  gracias!”. Cuando su mujer arremetió contra él por haberse comido dos tarros enteros él solo, el
  hombre respondió: “Fue sugerencia del doctor”. La premisa es como sigue: si prefieres entregar tu
  dinero a las farmacias, los psicólogos y los médicos, no te des gustos y reprímete.

        La  filosofía  del  que  se  apega  demasiado  al  dinero  y  a  las  cosas  no  permite  el
  autorreforzamiento.  El  tacaño  siempre  verá  la  recompensa  como  innecesaria,  debido  a  que  dicha
  recompensa no producirá nada tangible. Dirá: “No es necesario ni vital, ni de vida o muerte”. Pero
  ¿cuál es la ganancia? Placer, puro placer.




  No eres la excepción: necesitas autorrecompensarte

  Necesitas la autorrecompensa de cosas y actividades. Al igual que el autoelogio, ella fortalece tu

  autoestima y no permite que el autocastigo y la insatisfacción prosperen en tu vida. Es inútil que
  intentes una postura de dureza e insensibilidad como si fueras un estoico fuera de tiempo. La carencia
  del  autorreforzamiento  no  te  hará  psicológicamente  más  recio  ni  te  sacará  callos:  te  hará  infeliz.
  Cuando hayas hecho algo que valió la pena o simplemente porque se te dio la gana, date gusto. Ten a

  veces un acto de merecimiento y amor con tu persona.
        Piensa por un momento en antojos que hayas tenido hace tiempo. Revisa con cuidado cuántos de
  ellos no has podido llevar a cabo, simplemente porque tú no has decidido hacerlo. En realidad, no es
  que no hayas podido, sino que no te has animado. No has tenido el valor de perder el norte y salirte

  momentáneamente de la impasible actitud ahorrativa y contemplativa del que deja para mañana lo
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