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empleaban. Se descocían rápido. Con un reven-
toncito el dueño se quedaba desnudo.
Doris Serrano cuenta que en esa calle, luego
del incendio del almacén Maimón, se instaló el
negocio de Salvador Susana y en el local con-
tiguo su padre, Lucio Serrano, montó la tienda
“La flor Natural”, separado apenas un metro
de las cocinas.
“Al salir de la puerta de mi casa -acentúa-,
estaba la María del Carmen Pinto, una mujer
bajita, ojos saltones, cuerpo grueso, piel blanca
y pelo rizado color café. Cantaba en las proce-
LA CALLE AVENIDA 9 DE SEPTIEMBRE O LA siones. Muy religiosa. Vendía comida allí. Yo
CALLE DEL MERCADO DE ARMENIA (1958) salía a ver, después del almuerzo, cómo lav-
aba los trastos en un gran guacal de lámina,
donde iban echando todos los utensilios sucios,
después con un mascón, limpiaban uno tras otro
y lo iban tirando en otro recipiente con agua
limpia. A mí me impresionaba ver el agua sucia,
llena de migas de comida, cuando la derram-
aba después allí mismo, en el suelo, y si no te
apartabas te caía en los pies”, lo recuerda con
una sonrisa, Doris
Agrega que a continuación de la María
estaban los Martínez: Gladys, Bessy, Saúl y la
mamá de Mirna Cartagena (cuyo hijo Mauricio
Funes llegaría a ser Presidente de la Republica
en 2009). “Era ya corriente que cuando salía a
la puerta de mi tienda -puntualiza- esa gente
estaba cocinando, la mesa llena de moscas, el
bote de chile, pues sólo nos separaba una acera.
Y allí estaba la tienda. Y así llegaba la gente a DOÑA ALBERTA MAIMÓ
comprar”, recalca.
Esas imágenes de la calle, con esos elemen-
tos de la vida cotidiana, no cabe duda que un faltar en medio el bote de chile con su tapón de
retratista, con su cámara hubiera captado bue- madera. Dos amplias bancas, complementaban
nas estampas. Al pasar ahora ya no están aquel- el cuadro, en espera de los primeros clientes.
las bancas y los botes de chile sobre las mesas. El comedor y el almacén estaban situados
Pero, esa no era la única cocina contigua a un en una zona de privilegio. Con estos negocios
almacén. Julia Peralta, también tenía otra frente comenzaba la cuadra. Era imposible no encon-
a la puerta del negocio de Esteban Maimó. trarse con los dos al transitar por esa arteria.
Julia era una mujer bajita, de piel blanca, Julia, por esa época, recién había dado a luz
pelo negro no muy largo y unos ojos bastante a una niña bautizada como Adilia Peralta. La
expresivos; apenas se levantaba el día, con su bebita era su adoración y siempre la llevaba al
delantal impecablemente limpio, encendía la mercado, combinaba su arte “culinario”, con
leña y brotaban las primeras llamas. Con un sus deberes de madre. Era una tarea muy dura.
trapo, limpiaba el sereno de la mesona rectan- Había más hijos que mantener y cuidar. En los
gular y la vestía con una carpeta de colores, sin horcones que sostenían el velacho, se colgaba
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