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vecinos de congestión nasal”,
        aseguraban.
           En 1966 sucedió un hecho
        que sin nadie prepónselo, lle-
        garía a ser vinculado a esa calle
        y, de alguna manera, rompería
        la quietud del pueblo. El 15 de
        mayo de ese año Maximiliano
        Hernández Martínez fue
        apuñalado por su motorista
        Cipriano Morales.
            El crimen se perpetró en
        el comedor de su vivienda en
        Honduras. Martínez vivía exil-
        iado en el vecino país, después
        de haber encabezado una dict-
        adura de 13 años, que en 1932
        ordenó la masacre de 30,000                            EL INCENDIO EN EL CENTRO DE LA
        campesinos indígenas en el occi-                       CIUDAD ESTUVO PRECEDIDO DE OTRO
        dente de El Salvador.                                  A ESCASOS MESES EN UNA BODEGA
           Cipriano era tratado como miembro de la             DE TABACO SITUADA AL FINAL DE LA
        familia del general. Pero tras varios días de con-     CALLE “ALBERTO MASFERRER”,
        sumir alcohol, un día le pidió que le pagara los       PROPIEDAD DE JUANA BURGOS V. DE
        salarios que le debía. Ante la negativa de su          SANDOVAL. EN LA GRAFICA SU HIJO
        patrón le asestó por la espalda 17 estocadas.          ARMANDO BURGOS PROPORCIONÓ EL
        Par entonces Martínez era un anciano que ya            ESTIMADO DE LAS PERDIDAS Y COMO
        pisaba los 88 años. Luego del crimen Cipriano          SUCEDIÓ EL SINIESTRO
        abandonó el lugar, donde dejó tirado el cadáver.
        Huyó a El Salvador y días más tarde fue cap-
        turado en el occidente del país.
           Por esos días, a los reos se les trasladaba a pie   corvo con pollera en mano y sus cascos bien
        o, como se decía vulgarmente “a pura infan-           ajustados empezaron a desalojar la avenida.
        tería”. Era común ver entrar a la población a         Temían que algún fanático del General tomara
        un delincuente que la Guardia llevaba atado de        la justicia en sus manos. Así pasaron en vela la
        sus dedos y con una toalla alrededor del cuello.      primera noche de custodio de aquel reo.
           Pero este que ingresaba por la calle de la            Otros, por el contrario, en voz baja y dis-
        estación no era uno de tantos.  Era ni más ni         cretamente aplaudían. La propaganda adversa
        menos, un hombre llamado Cipriano Morales;            al general recordaba la enorme cantidad de
        quien había acabado con el caudillo más famoso        civiles y militares muertos durante mandato;
        de El Salvador en todo el siglo veinte. Morales       eso todavía pesaba.
        creyó de seguro que evadiría la justicia salva-          A la mañana siguiente, la Guardia fue refor-
        doreña y sería aplaudido por matar al tirano.         zada. Para fortuna de los curiosos, por la puerta
        Pero, se equivocó.                                    principal, brazos atrás y dedos atados por un
           Empezó a agitarse la gente frente al puesto        cordel, apareció Morales, de estatura mediana,
        de Guardia. Querían conocer a Cipriano, a esas        y una ropa que no conocía el jabón ni el agua
        alturas el reo más importante que había pisado        desde hacía varios días. La marcha por “cordil-
        esa cárcel. Los uniformados nerviosos corrían         lera” debía continuar a la capital, el preso que
        de un lugar a otro. Al ver el tumulto en la calle,    llevaban ya era parte de la historia. Por mucho



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