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consecutio, del discurso ordenado que pone en orden las cosas una tras otra.
En pro de qué? Por lo que se nos cuenta, en pro de una infinita libertad de creatividad.
¿Verdaderamente? Entiendo que el hipertexto pueda excitar el deseo de novedad que
tanto nos excita. La pregunta que queda es: ¿cuáles serán los reflejos de esta superación
del pensar lógico en nuestra convivencia en ciudades construidas (y sobre esto no cabe
ninguna duda) por un pensamiento y una lógica que ahora son tirados a la cuneta? Es
decir ¿podemos verdaderamente vivir y convivir como animales sociales y políticos sin
entender el antes y el después, la causa y el efecto?
En lógica, consecutio significa capacidad de construir un discurso coherente que va de
las premisas a las consecuencias. Y en la esfera práctica la consecutio postula que los
medios precedan a los fines y-que el instrumento vaya antes que el producto. Dicho
esto, ¿qué tiene de exaltante perder la capacidad de consecutio? La respuesta es —ya lo
sabemos— que una lógica circular «sin centro» es infinitamente liberatoria. Sí,
seguramente lo es para nuestra libertad «interior» de neurosis y esquizofrenia. Pero
seguramente no lo es para nuestra libertad «externa» de ciudadanos, que por añadidura
es la liber— tad que funda nuestra convivencia político-social.
Partamos ahora de la teoría a la que actualmente se denomina «lineal» de la libertad
política, que además es la teoría —lógico-práctica— que concretamente la ha
producido. En esta teoría se distingue entre liberación de (libertad defensiva) y libertad
de (libertad positiva, poder hacer), y se mantiene que la liberación de (por ejemplo del
poder del Estado) es una condición necesaria de la libertad de, y que por tanto la tiene
que preceder.
Así pues, entre liberación de y libertad de existe una relación de precedencia
procedural. Pero todo este discurso, el discurso que construye una teoría y hace posible
en la práctica nuestra libertad, se disuelve en la lógica circular del hipertexto. Para el
niño que iremos criando no estará nada claro por qué hay que poner antes la argamasa
que el ladrillo, por qué las casas se empiezan por abajo y no por arriba, o por qué el
padre debe preceder al hijo. Una vez abolida la lógica lineal, todo se hace virtualmente
reversible. Lo que es como decir que la realidad se hace onírica y que el mundo se
puebla de sonámbulos.
Así pues, los aprendices de brujo del negropontismo nos están embarcando en un
nuevo mundo en el que ya no existirá el orden concebido e impuesto por el horno
cogitans, sino que sólo existirá una multiplicidad de animales interactivos que juegan
entre ellos por azar. Según parece, a estos aprendices de brujo ni siquiera se les ocurre
pensar cuál será el destino de una ciudad dejada en manos de la inconsecuencialidad de
animales «post-pensantes» incapaces de consecutio. Pero los que todavía son pensantes
tienen que denunciar la irresponsabilidad e inconsciencia de las cada vez mayores
legiones de vendedores de humo que olvidan que la ciudad en la que vivimos y
viviremos no es «naturaleza» (una cosa dada que está ahí para siempre), sino que es de
cabo a rabo un producto artificial construido por el horno sapiens. ¿Se podrá mantener