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referido más arriba es que el hipertexto va a solidificar la «cultura del entretenimiento»
que caracteriza a todo el vídeo-ver. El vídeo-niño «autor» (excusez du peu.’) de
hipertextos no leerá nunca ningún texto (entiéndase ningún libro), y después de un inútil
recorrido escolástico que no le dejará ni un rasguño, seguirá viviendo jugando con
Internet y las cibernavegaciones.
Hasta aquí he dicho lo que pienso. ¿Pero qué piensan los demás? ¿Cuál es el
«futurible» al que me contrapongo, es decir, ¿al de los multimedialistas? Por simetría de
análisis cito a un autor —Roberto Maragliano— que como yo empieza por el lenguaje.
Maragliano (1998, págs. 48-52) explica los lenguajes multimediales como una
combinación de tres componentes: «el componente analítico y objetivante de la prensa,
el componente inmersivo y sensualizante de lo audiovisual, el componente interactivo y
operativizante del vídeo juego». Maragliano asegura: ningún componente es
predominante. ¿Pero cómo lo sabe? Al decir que los tres componentes se combinan
sugiere que su relación da como resultado una suma positiva. ¿Pero por qué no podría
tratarse, en cambio, de una suma negativa? Quizá lo teme o lo sospecha, visto que
subraya la ruptura, el hecho de que «ya no es la escritura (la racionalidad escritural) por
sí sola la que gobierna el territorio de la metacognición», porque a su lado se erigen
otras perspectivas «como la de una metacognición de tipo inmersivo y reticular [...] o la
de una metacognición de tipo pragmático en cuyo contexto la posibilidad de manipular
[...] permite huir de las insidias de una representación exclusivamente verbal o escritural
de los datos de la experiencia».
Así pues, «los medios piensan dentro de nosotros y nos orientan a actuar [...] en los
modos de la reticularidad, del conexionismo y del construccionismo». Antes «la función
del saber era la de asegurar la estabilidad del edificio cultural del individuo. Ahora es la
de hacer que el individuo sea sensible a toda forma de transformación». Por tanto,
concluye Maragliano, ya no es posible «configurar el saber como un texto o “cosa”.
Este se presenta cada vez menos como una estructura “dada” de elementos fijos y cada
vez más como un espacio de “n” dimensiones, un conglomerado fluido».
¿Magnífico? No, para mí es escalofriante. Porque el animal multimedial descrito más
arriba ya está descrito e inscrito, tal cual, en los tratados sobre la esquizofrenia: es un ser
disociado cuyo “yo” se caracteriza por mecanismos de asociación arbitrarios, por un
pensamiento hecho lábil por la ausencia de dirección, y por el recurso a símbolos de tipo
onírico «sin sentido»; y por un “yo” que está igualmente caracterizado, en la esfera de
los sentimientos, por reacciones emotivas carentes de una relación inteligible con los
estímulos que las generan. El vídeo-niño de hoy, de la primera oleada, se limita a
desplegar un cerebro lógica y racionalmente atrofiado; el multimedializado de mañana,
de la segunda oleada, será también, entonces, un “yo” desintegrado, un “yo”
«deconstruido» que irá a poblar las clínicas psiquiátricas.
Según Negroponte, en la era digital «yo soy yo». En mi opinión, en cambio, sucederá
exactamente todo lo contrario. Mi previsión es que el mundo multimedial estará
poblado por un “yo” virtual deshecho en personalidades múltiples, y por tanto por el
perfecto y acabado «yo neurótico».