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En este libro no había hecho hincapié en la abismal y creciente ignorancia de los
pueblos de nuestra época. La he dado por conocida, limitándome a afirmar que la base
de información y conocimiento del demos es de una pobreza cada vez más alarmante
(vid. supra, pág. 127). Pero corno los demo-ditirámbicos hacen corno si nada y evaden
el problema, estará bien que yo insista en ello. El profesor Hirsch publicó en 1987 un
libro titulado ulturalLiterauy en el que se proponía, entre otras cosas, un test de treinta y
ocho preguntas pensadas para averiguar los niveles de literacy, de cultura elemental. No
lo transcribo aquí porque el test está hecho para un público americano. APero por qué
nuestro Ministerio de Educación no prepara uno análogo para nuestras escuelas? Antes
de prometer desk co mp uters, ¿por qué nuestros ministros de Educación no investigan
el nivel del desastre? En Estados Unidos un cuarto de los estudiantes preuniversitarios
(entre los dieciséis y los dieciocho años) creen que Roosevelt fue presidente durante la
guerra de Vietnam, dos tercios no saben colocar cronológicamente su terrible guerra
civil, y la mitad no sabe quién fue Stalin. En Italia no vamos mejor. Hace poco me cayó
entre las manos una investigación promovida por el profesor Stefano Privato de la
Universidad de Urbino. A quinientos veintisiete estudiantes de cuatro universidades
italianas matriculados en cursos de Historia Contemporánea se les distribuyó un
cuestionario realizado para averiguar qué saben los chicos de dieciocho años sobre la
historia del siglo xx. El resultado es que la mayoría de los alumnos a los que se repartió
el cuestionario no sabe qué es el New Deal o el Plan Marshall, se equivocan en tropel
sobre la guerra fría y sobre la República Social, creen que Badoglio fue un jefe
partisano, ignoran en qué fecha nació la República en la que viven; saben en cambio
perfectamente quiénes son María Callas y Bob Dylan (reconocidos por más del 95
por ciento de los que contestaron; y todavía nos preguntamos quién hace la cultura
juvenil). Todavía más interesante es la falta de pudor de los encuestados. En lugar de
admitir que no saben, se lanzan sin vergüenza ni complejos a dar respuestas a tontas y a
locas. Por ejemplo, hay quien cree que el Plan Marshall es «un plan para exportar opio a
Francia». Sí, entran ganas de reír; pero más ganas entran de llorar.En 1997, durante más
de seis meses, televisión, radio y periódicos hablaron cotidiana y abundantemente, en
Italia, sobre los trabajos de la Comisión Bicameral, y por tanto sobre reformas
institucionales verdaderamente cruciales para el futuro del país.
Y sin embargo, Mannheimer muestra (Corriere della Sera del 10 de noviembre de
1997) que la mitad de los italianos ni siquiera saben que ha existido. Sólo el 2,8 por
ciento indica con exactitud que los trabajos de la Comisión Bicameral acabaron en
junio; sólo un 2 por ciento (que ha descendido posteriormente al 1,4 por ciento) declara
conocer bien los proyectos de reforma que se estaban discutiendo; mientras que una
tercera parte del grupo encuestado salió del paso diciendo que de la Bicameral sabía
poco (lo cual en encuestas de este tipo quiere decir que no sabe casi nada).