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Yo además no creo que un Berlusconi o un Murdoch renunciarían a su influencia
política por algunos miles de millones (para ellos una nadería). Y en cualquier caso la
cuestión es que sin el «combate Auditel» (que se extingue prácticamente por sí sólo allí
donde no hay publicidad que comprar o vender) todos, telediarios públicos y privados,
serían libres de hacer las cosas mejor.
Hoy por hoy Auditel —así como sus equivalentes en otros países— obliga a los
productores de información a penalizar a los grupos de audiencia que desearían un
informativo decoroso, y a favorecer en cambio a una audiencia a la que interesa
solamente la crónica negra, la crónica rosa, deportiva, musical, dulzona, llorona, en fin,
sólo la crónica emotiva o de entretenimiento. La alternativa sensata es ofrecer, en
cambio, informativos separados: uno de información seria, otro de información frívola.
Pongamos, media hora uno, media hora el otro. Para coger este camino basta llegar a
entender que no importa que el segundo informativo tenga, pongamos por caso, cinco
veces más audiencia que el primero. Porque el informativo frívolo se condena por sí
solo a la propia irrelevancia, mientras que el informativo serio es relevante, diría yo,
casi por definición, porque se dirige al público que es relevante para la cosa pública.
Sé bien que la objeción de rigor es que la televisión no da política, o la reduce al
mínimo, porque la política no interesa (vid. supra, págs. 88-91).Pero tampoco la escuela
interesa, o interesa cada vez menos, a nuestros estudiantes. ¿Tenemos que deducir de
esto que hay que abolir la escuela?
5. Nos AHOGAMOS EN LA IGNORANCIA
Ya hace mucho tiempo que la teoría de la democracia emprendió una carrera hacia
delante. Avanza hoy, avanza mañana; la divergencia entre la «democracia avanzada»
invocada y preanunciada sobre el papel y el «día a día» de las democracias reales en las
cuales vivimos se ha convertido ya en una divergencia astronómica. Llegados a este
punto la democracia que se nos presenta y promete se llama «ciberdemocracia» o,
menos crípticamente, democracia electrónica, es decir, un autogobierno de los
ciudadanos realizado vía ordenador, lo cual abre las puertas a su ejercicio directo del
poder, un ejercicio de poder que a su vez se traduce en su prácticamente infinita
libertad.Pero la realidad —como ya he subrayado anteriormente— es que el ciudadano
capacitado para ser tal está en vías de extinción, y el demo-poder se está convirtiendo en
demo-impotencia. Porque un pueblo soberano que no sabe nada de política ¿es
soberano? ¿Qué puede nacer de la nada? Como mucho, ex nihilo nihilfit. O de otra
manera: de la nada nace el caos.