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De lo anteriormente dicho deduzco que el problema no es de continuidad o
intermitencia. Es entre el «juego del sí y del no» por un lado, y el juego «del juicio
crítico» por otro (así dice precisamente Rodotá, 1998, p. 100). Y éste no es un problema
resuelto por la tecnología; es más, está agravado por la tecnología. Porque la tecnología
atropella cada vez más al peso del «juicio crítico». Las posibilidades de la tecnología
son una cosa, la realidad de una tecnopolítica gestionada por vídeo-ciudadanos y sub-
ciudadanos es completamente distinta. Y el mundo real no se está desplegando a favor
del «primero conocer y después decidir». Adiós, en tal caso, a la democracia
deliberativa.
4. COMPETENCIA YAUDITEL
Todos o casi todos se lamentan de que la televisión generalista empeora. Pero el
remedio no es (vid. supra, págs. 144-146) la privatización. Y el «empeorador» es
seguramente Auditel. Porque Auditel proporciona una indiferenciada recogida de datos
de los índices de audiencia de los programas televisivos. Y si la medida de cualquier
programa sólo es su audiencia indiferenciada, entonces está claro que el imperativo de
todo programa sólo es el de «hacer masa», aumentar el número de individuos de la
audiencia. El que defiende a Auditel usa el argumento: competition is competition, la
competencia es la competencia. Pero lo usa de forma desatinada. Porque no hay ninguna
analogía entre la competición entre televisiones —que es una competición
distorsionada— y la genuina competición de mercado. La competición de mercado se
funda en tres elementos: a) el coste-precio, b) la calidad del producto, c) la relación
precio-calidad. Yla interacción entre estos elementos se traduce en beneficio del
consumidor. De hecho, la competencia hace que a igualdad de producto el precio sea el
menor posible. De la llamada competencia televisiva no sale en cambio ningún
beneficio para el oyente-consumidor.
En este pseudo-mercado el oyente es prácticamente impotente.
¿Por qué impotente? Evidentemente porque en el denominado mercado televisivo no se
pone el precio, o más exactamente, no hay un consumidor que elija y pague los
productos relacionando su calidad con su precio. En televisión los productos por los
cuales se establece un verdadero precio de mercado no son los programas: son los
espacios publicitarios, O lo que es lo mismo, los programas televisivos sirven a la
televisión para formar paquetes de espectadores que a su vez son los potenciales clientes
que se venden a las empresas. Así pues, los verdaderos consumidores «pagadores»
—los que por tanto tienen realmente el poder de elección y contratación— del mercado
televisivo no son los espectadores, sino las empresas que compran su atención con su
publicidad. De lo cual resulta, repito, que nos encontramos aquí ante procesos
competitivos perversos, que de ninguna forma ofrecen ventaja alguna al consumidor. Y
que por añadidura nivelan y bajan la calidad de la oferta.