Page 122 - Cementerio de animales
P. 122

23




               Se despertó a las nueve de la mañana. Por las ventanas orientadas al este entraba
           un sol resplandeciente. Estaba sonando el teléfono. Louis descolgó.

               —¿Diga?
               —¡Eh! —dijo Rachel—. ¿Te he despertado? Pues me alegro.
               —Sí, me has despertado, pécora —sonrió él.

               —¡Oooh!  ¿Qué  modales  son  ésos?  Grosero  —dijo  ella—.  Te  llamé  anoche.
           ¿Estabas en casa de Jud? Él vaciló apenas una fracción de segundo.

               —Sí —dijo—. Nos tomamos unas cervezas. Norma había ido a no sé qué cena de
           Acción de Gracias. Quería llamarte, pero… ya sabes lo que ocurre.
               —Sí, ya sé lo que ocurre.
               Charlaron  un  rato.  Rachel  le  puso  al  corriente  de  las  novedades  de  la  familia,

           aunque maldita la falta. No obstante, se alegró de saber que la calva de su suegro
           aumentaba de tamaño a pasos agigantados.

               —¿Quieres hablar con Gage? —preguntó Rachel.
               Louis sonrió ampliamente.
               —¡Cómo no! Pero no le dejes colgar el teléfono como la otra vez.
               Se oían ruidos al otro extremo del hilo y la voz de Rachel que instaba al niño a

           decir hola a papá.
               Por fin Gage dijo:

               —Hola, paaá.
               —Hola,  Gage  —respondió  Louis  alegremente—.  ¿Cómo  estás?  ¿Qué  haces?
           ¿Has vuelto a tirar el soporte de las pipas del abuelo? Me gustaría mucho. A ver si
           ahora arreglas los sellos de la colección.

               Gage  estuvo  parloteando  jubiloso  durante  unos  treinta  segundos  salpicando  su
           discurso de alguna que otra palabra reconocible: "mammi, Élite, huelo, buela, coche,

           joe y caca". Su vocabulario era cada día más extenso.
               Por  fin,  Rachel  consiguió  arrancarle  el  auricular  de  las  manos,  con  estridentes
           protestas de Gage y profundo alivio de Louis. Él quería mucho a su hijo y le echaba

           de menos atrozmente, pero mantener una conversación con un crío de menos de dos
           años era como tratar de jugar a las damas con un demente: las fichas bailaban por
           todas partes y acababas comiéndote las tuyas.

               —¿Y cómo van las cosas por ahí? —preguntó Rachel.
               —Oh,  muy  bien  —dijo  Louis,  esta  vez  sin  la  más  leve  vacilación;  pero
           comprendía que antes, cuando Rachel le preguntó si estaba en casa de Jud la noche

           anterior y él respondió que sí, había dado un paso decisivo. Le pareció oír la voz de
           Jud Crandall: «El fondo del corazón del hombre es más árido Louis… El hombre
           cultiva  lo  que  puede,  y  lo  cuida.»—.  Un  poco  aburrido,  si  quieres  que  te  diga  la



                                        www.lectulandia.com - Página 122
   117   118   119   120   121   122   123   124   125   126   127