Page 118 - Cementerio de animales
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Y, al cabo de un rato, ya estaban otra vez en casa.
               Juntos se acercaron a la casa, sin decir nada, y se pararon en la entrada de coches.
           El viento rugía y silbaba. Sin una palabra, Louis tendió el pico a Jud.

               —Será mejor que entre en casa cuanto antes —dijo Jud al fin—. De un momento
           a  otro,  Louella  Bisson  y  Ruthie  Parks  traerán  a  Norma  y  ella  se  extrañaría  de  no
           encontrarme.

               —¿Tienes hora? —preguntó Louis. Le sorprendía que Norma no estuviera ya en
           casa. Sus músculos le decían que debía de ser más de medianoche.
               —Aja. Llevo la cuenta del tiempo mientras estoy vestido. Luego, lo dejo escapar.

               Extrajo un reloj del bolsillo del pantalón y lo abrió.
               —Son más de las ocho y media —dijo cerrándolo de nuevo con un chasquido.
               —¿Las ocho y media? —repitió Louis estúpidamente—. ¿Nada más?

               —¿Qué hora creías tú que era? —preguntó Jud.
               —Más tarde.

               —Hasta mañana, Louis —dijo Jud dando media vuelta.
               —Jud.
               El viejo volvió la cabeza, con un leve gesto de interrogación.
               —Jud, ¿qué es lo que hemos hecho esta noche?

               —¿Qué? Enterrar al gato de tu hija.
               —¿Eso es todo?

               —Todo. Eres buena persona, Louis, pero haces demasiadas preguntas. A veces
           uno tiene que hacer lo que cree que es justo. Lo que el corazón le dice que es justo. Y
           si, después de hacerlo, uno no se siente del todo bien, como si tuviera indigestión,
           pero no en el buche, sino en la cabeza, entonces empieza a hacer preguntas y a pensar

           que quizá se ha equivocado. ¿Sabes lo que quiero decir?
               —Sí —respondió Louis, pensando que Jud debía de haberle leído el pensamiento

           mientras cruzaban la explanada, hacia las luces de la casa.
               —Pero quizá se les escapa que, antes de dudar de sí mismos, deberían desconfiar
           de sus propias dudas —dijo Jud mirándole fijamente—. ¿Tú qué opinas, Louis?
               —Opino que tal vez tengas razón —dijo Louis lentamente.

               —Y en cuanto a lo que uno siente en su corazón, no es muy bueno hablar de ello,
           ¿verdad?

               —Depende…
               —No —dijo Jud, como si Louis se hubiera mostrado plenamente de acuerdo—.
           No es bueno. —Y con aquella voz serena, firme e implacable, aquella voz que daba

           escalofríos a Louis, agregó—: Esas cosas son secretos. Se supone que son las mujeres
           las que mejor guardan los secretos, y algunos tendrán, pero cualquier mujer sensata te
           dirá que nunca ha podido averiguar lo que hay en el fondo del corazón del hombre. El

           fondo del corazón del hombre es árido, Louis, como el suelo de ese viejo cementerio




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