Page 116 - Cementerio de animales
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—Los micmacs consideraban a este monte un lugar mágico. Para ellos todo el
           bosque, desde el pantano hacia el norte y el este, era mágico. Construyeron esto y
           aquí enterraban a sus muertos, lejos de todo. Las otras tribus se mantenían apartadas.

           Los penobscots decían que estos bosques estaban llenos de fantasmas. Después, los
           traficantes de pieles decían lo mismo. Algunos veían el fuego de San Telmo en el
           pantano y creyeron ver fantasmas.

               Jud sonrió y Louis pensó: «Eso no es lo que crees tú.»
               —Con  el  tiempo,  ni  los  propios  micmacs  se  atrevían  a  venir  por  aquí.  Uno
           aseguraba haber visto a un "wendigo" y decía que esta tierra se había corrompido. El

           Gran Consejo se reunió para hablar de ello…, o así me lo contaron cuando era chico,
           Louis, pero el que me lo contó era el borrachín de Stanny B., como llamábamos a
           Stanley Bouchard, y lo que Stanny B. no sabía lo inventaba.

               Louis, que sólo sabía que un "wendigo" era un espíritu de las tierras del norte,
           dijo:

               —¿Y tú crees que esta tierra está corrompida?
               Jud sonrió, o, por lo menos, sus labios se movieron.
               —Yo creo que es un lugar peligroso —dijo suavemente—, pero no para gatos,
           perros o hámsters. Anda, entierra al bicho, Louis.

               Louis introdujo la bolsa verde en el hoyo y, lentamente, empezó a echar tierra.
           Ahora tenía frío y estaba cansado. Era deprimente oír golpear la tierra en el plástico,

           y, si bien no se arrepentía de haber venido, su euforia se esfumaba por momentos y él
           deseaba  terminar  cuanto  antes  la  aventura.  Le  esperaba  una  buena  caminata  de
           regreso.
               El repiqueteo fue amortiguándose hasta cesar por completo; ya sólo se oía el roce

           de la tierra sobre la tierra. Raspó el suelo con la pala, para aprovechar toda la tierra
           removida («nunca hay bastante —pensó, recordando lo que su tío, el enterrador, le

           dijo una vez hacía casi mil años—, nunca hay bastante para volver a llenar el hoyo»)
           y se volvió hacia Jud.
               —Ahora el "cairn" —dijo Jud.
               —Oye, estoy cansado y…

               —Es el gato de Ellie —dijo Jud, y su voz, aunque suave, era implacable—. Ella
           querría que lo hicieras como es debido.

               Louis suspiró.
               —Me figuro que sí.
               Le llevó otros diez minutos apilar las piedras que Jud iba dándole, una a una.

           Cuando  hubo  terminado,  sobre  la  tumba  de  Church  había  un  cono  de  piedras.
           Realmente,  Louis,  a  pesar  del  cansancio,  lo  miraba  con  cierto  placer.  Ahora
           armonizaba con las demás, a la luz de las estrellas. Aunque Ellie nunca la vería —la

           sola idea de que la niña cruzara aquel pantano de arenas movedizas le pondría los




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