Page 127 - Cementerio de animales
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Era sobre la una de la tarde cuando Church regresó, lo mismo que el gato de la
vieja canción infantil. Louis estaba en el garaje, donde llevaba más de seis semanas
trabajando a ratos perdidos en un proyecto de estanterías bastante ambicioso. Quería
guardar en aquellas estanterías, fuera del alcance de Gage, todas las cosas peligrosas
del garaje, como el líquido del limpiaparabrisas, anticongelante y herramientas
cortantes. Estaba clavando un clavo cuando entró Church. Louis ni dejó caer el
martillo, ni tan sólo se golpeó el pulgar: el corazón se le puso a hacer "jogging", pero
no le dio un vuelco; sintió en el estómago como un alambre candente, pero enseguida
se enfrió, como el filamento de una bombilla que fulgura un momento antes de
fundirse. Era, según se dijo después, como si toda aquella soleada mañana del día
siguiente al de Acción de Gracias hubiera estado esperando el regreso de Church;
como si en una parte más profunda y primitiva de su mente, conociera ya la finalidad
de su excursión nocturna al cementerio micmac.
Dejó el martillo cuidadosamente, se quitó los clavos que sostenía entre los labios
y los guardó en el bolsillo de su delantal de trabajo, se acercó a Church y lo levantó
del suelo.
«Pero vivo —pensó en una excitación malsana—. Pesa lo mismo que antes del
accidente. Es peso vivo. Pesaba más cuando estaba en la bolsa. Pesaba más cuando
estaba muerto.»
Ahora el corazón le dio un brinco —casi una voltereta— y se le nubló la vista.
Church, con las orejas gachas, se dejaba tocar. Louis lo sacó a la luz del sol y se
sentó en la escalera de atrás. Entonces el gato trató de saltar al suelo, pero Louis le
sujetó acariciándole. Ahora el corazón le trotaba acompasadamente.
Palpó suavemente el cuello del animal, recordando cómo le bailaba la cabeza la
noche antes. Ahora no encontró más que músculos y tendones firmes. Levantó a
Church y le miró atentamente el hocico. Lo que vio le hizo dejar al gato al momento
y cerrar los ojos cubriéndose la cara con una mano. Todo le daba vueltas y sentía una
viva náusea, como la que te invade cuando has bebido mucho y estás a punto de
vomitar.
Church tenía una costra de sangre seca en el hocico y dos briznas de plástico
verde pegadas a sus largos bigotes. Fragmentos de la bolsa.
«Hablaremos de ello y entonces comprenderás mejor…»
Ay, Dios, demasiado lo comprendía ya.
«Denme una oportunidad y comprendiendo, comprendiendo, iré a parar al
manicomio.»
Dejó entrar en la casa a Church, sacó su plato azul y abrió una lata de atún e
hígado para gatos. Mientras Louis echaba cucharadas de pasta en el plato, el gato
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